Los guatemaltecos, cansados como estamos de tanto engaño en materia política, nos hemos vuelto tan incrédulos que caemos en contradicciones. Siempre estamos clamando por nuevas figuras, por gente honesta involucrada en la actividad política para ayudar a cambiar al país, pero cuando alguien con tales características decide lanzarse al ruedo, de inmediato se vienen andanadas en su contra, hablando de que «tan bueno y honrado que era» y que es una lástima que se haya metido a política. Le está pasando ahora al doctor Rafael Espada, recién nominado candidato a la Vicepresidencia por ílvaro Colom, de quien se reconocen los altos méritos profesionales como cardiólogo, pero sobre quien ya proliferan mensajes en Internet cuestionando su decisión de mojarse los calzoncillos en las aguas turbulentas de nuestra política.
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Nunca vamos a encontrar un movimiento químicamente puro en el que militen con exclusividad niñitos vestidos de primera comunión; la política es como cualquier actividad humana, en ella como en la viña del Señor, uno encuentra de todo. Por supuesto que la experiencia demuestra que cada vez es menor la cantidad de gente honrada que se atreve a hacer política, a lo mejor cabalmente porque de entrada, sin siquiera recibir el beneficio de la duda, el que se mete a política empieza a recibir leño. No es generalmente concebible que alguien quiera hacer algo por su país, que alguien se interese de verdad por el bien común y que está dispuesto a arriesgar no sólo su integridad, sino su buen nombre.
El otro tema es el de la experiencia y en eso tenemos que decir que no siempre por apaleado un chucho se vuelve recomendable. Las figuras nuevas pueden carecer de experiencia, pero si tienen honestidad, que no se adquiere fácilmente, ya tendrá tiempo de ir ganando experiencia sin hacer daños irreparables al país y a la sociedad.
Si queremos que el país vaya adquiriendo nuevas figuras y pretendemos de alguna forma depurar la acción política, es indispensable que aprendamos a tener mínimos de tolerancia y que otorguemos el beneficio de la duda a la gente que se involucra en política por vez primera. Esa tendencia a descalificar toda participación porque seguimos convencidos que la política es intrínsecamente sucia, nos vuelve incrédulos y, peor aún, nos condena a seguir teniendo a lo peor en una actividad de tanta repercusión colectiva. Porque en la medida en que le volamos leño a los que se meten a política, hacemos que la mejor gente lo piense y repiense antes de tomar decisiones que pueden costarle no sólo riesgos personales sino además un desprestigio gratuito, un demérito porque sí, porque nos da la gana bajarle el cuero al que tiene la osadía de meterse a hacer política.
Posiblemente sea cierto que el doctor Espada, por ejemplo, no tenga experiencia política ni administrativa y que su vida en el extranjero le haya desvinculado del país. Pero todo eso se subsana y si es honesto y patriota, tendrá tiempo de adquirir experiencia y vincularse a la sociedad. Lo que cuenta más que nada son los valores, la decencia que pueda tener y al respecto nadie critica ni cuestiona su pasado. Entonces no vale la pena cuestionar su futuro sin más razón que la alergia que a muchos provoca la política. Y si meterse con un candidato como Colom puede considerarse estigma, qué mejor que tener a un compañero con fama de honrado que ojalá se preocupe por acrisolar esa fama en esta nueva etapa de su vida.