El tránsito del hombre por la vida es muy corto, podríamos compararlo con un suspiro, con la permanencia de un rayo que alumbra su estruendo, apenas un segundo comparado con la inmortalidad del tiempo. No importa que viviera el ser humano 100, 200 o mil años ¿Qué significan mil años ante la eternidad de los siglos? Nada, es simplemente una arenilla diminuta, la más pequeña en la gran marea perdurable, imperecedera; por ello no hay tiempo más propicio, más sensible y más oportuno para reflexionar acerca de nuestra razón frente a la vida que la Cuaresma, lapso de preparación para meditar en la pascua del Señor, la conmemoración de su martirio: su entrada triunfal, su crucifixión y muerte y el milagro de su resurrección. Es bueno, muy bueno este tiempo de suplicio y amor para examinar nuestra conciencia y prometernos una limpieza espiritual, de aprovechar todos los escasos momentos de nuestra vida, para cumplir con los postulados y las enseñanzas de Jesús de no permitir que se nos endurezca el corazón, sino por el contrario abrirlo a su palabra, especialmente cuando nos dice: «sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una buena medida, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos», San Lucas (6, 36-38). Lo que Jesucristo nos pide es que no seamos sordos al clamor de los necesitados, que seamos solidarios especialmente con los enfermos, que no neguemos el pan al hambriento y que apoyemos las causas nobles destinadas al bien común. Este mes de marzo que se desplaza fervoroso en plena Cuaresma nos marca el simbolismo de la historia concretado en la religiosidad del pueblo, en la belleza de las calles luciendo sus pobladas ramazones de lilas, jacarandas, amantes florecillas que visten solemnes la pasión del Señor y que prepara el espíritu del hombre a recorrer a través de los siglos la voz de Dios que repite, en el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre que decía: «Este es mi hijo amado: escúchenlo». Y qué mejor oportunidad para escucharlo que en nuestra penitencia cuaresmal y en nuestra lucha por alejarnos del mal, qué mejor lienzo en contra de la maldad que la propia voz del Señor que nos alerta: «clama a voz en cuello y que nadie te detenga. Alza tu voz como trompeta. Denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Me buscan día a día y quieren conocer mi voluntad, como si fuera un pueblo que practicara la justicia y respetara los juicios de Dios. Me piden sentencias justas y anhelan tener cerca a Dios. Me dicen todos los días: ¿para qué ayunamos, si tú no nos ves? ¿Para que nos sacrificamos si tú no te das por enterado? Es que el día en que ustedes ayunan, encuentran la forma de hacer negocios y oprimen a sus trabajadores. Es que ayunan, sí, para luego reñir y disputar, para dar puñetazos sin piedad. Este no es un ayuno que haga oír en el cielo la voz de ustedes. ¿Acaso es este el ayuno que me agrada? ¿Es esta la modificación que yo acepto del hombre: encorvar la cabeza como un junco y acostarse sobre un saco de ceniza? ¿A eso le llaman ayuno y día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero de ti es este, dice el Señor: que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que libres a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano. Entonces surgirá tu luz como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas; te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor premiará tu marcha. Entonces clamarás al Señor y te responderá; lo llamarás y te dirá: aquí estoy». Ojalá que esta lámina, con la voz del hijo amado de Dios, sea un baño espiritual en las meditaciones y reflexiones de Cuaresma y que fueran escuchadas y puestas en práctica por los gobernantes, presidentes de los poderes legislativo y judicial y demás funcionarios públicos con poder para que, las maquinarias ejecutivas de los pueblos siembren lo más importante en sus comunidades: justicia, paz y amor.