Este año, se cumplen 40 años del asesinato de Che Guevara. La apologética evita mostrar su impermeabilidad frente a la duda y la aspereza de carácter que debió encauzar a lo largo del tiempo. Es inocultable que mantuvo las manos inmaculadas al no dejarse corromper por el poder y resistir las delicias deletéreas de la privilegiatura.
En Guatemala tenemos necesidad de referentes para superar el escepticismo y el desencanto. Volver la mirada a Che tal vez provenga del tan confuso como desesperado intento de recuperar olvidados valores como la honradez absoluta, el afán de lograr la justicia y cultivar el sentido del sacrificio. También, la sensación de que fue estéril el martirologio durante una de las guerras internas más cruentas de Latinoamérica, pone en evidencia que cada uno, al igual que Guevara, sólo ha cultivado su espejismo personal.
De ahí la importancia de reflexionar en términos como los de Michel Foucault, quien nos muestra el camino en «Las palabras y las cosas» (1966): «La hazaña no consiste en triunfar realmente (por eso la victoria en el fondo no importa), sino en transformar la realidad en signo.»
El 7 de noviembre de 1966, Che anota en su agenda con su escritura fina y rápida: «Hoy comienza una nueva etapa». Está en Bolivia, después de los diez «años cubanos» y del fracaso congoleño. Trata de devolver la vida al viejo sueño bolivariano de liberación continental. Sin saberlo, responde a las palabras de André Breton: «El poeta futuro superará la deprimente idea del divorcio irreparable entre la acción y el sueño.» Será ese poeta.
El 25 de abril de 1967 es un «día negro» para Guevara. Los insurgentes detienen la persecución a que los somete un destacamento de sesenta militares. En la acción muere Eliseo Reyes (Rolando), de 27 años, un veterano de la columna de Che, quien anticipa poéticamente su propia muerte: «Hemos perdido el mejor hombre de la guerrilla, y naturalmente, uno de sus pilares, compañero mío desde que, siendo casi un niño, fue mensajero de la columna 4, hasta la invasión y esta nueva aventura revolucionaria. De su muerte oscura sólo cabe decir, para un hipotético futuro que pudiera cristalizar: ’Tu cadáver pequeño de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma’.»