Si pensamos que la crisis actual requiere de una participación seria y responsable no sólo del Gobierno y los políticos, sino de la sociedad misma, es preciso pensar en personas que tengan la suficiente autoridad moral como para convocar a los guatemaltecos a participar en un magno esfuerzo por reconstruir al país y darle la viabilidad que hoy se ve perdida. En ese contexto, obviamente la figura del Cardenal Rodolfo Quezada Toruño tiene que surgir como una de las que tiene no sólo poder de convocatoria por su propia autoridad moral y por la investidura que ostenta, sino que también por la experiencia que acumuló durante los años en los que dirigió el proceso de reconciliación.
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El Gobierno se encuentra ahora en su punto más bajo de credibilidad y por lo tanto una convocatoria suya para entrarle al problema de la crisis del Estado caería en el vacío; los partidos políticos se han mostrado mudos, salvo el caso de la denuncia con ribetes de oportunismo demagógico de los Patriotas, pero sobre todo de la clase política poco se puede esperar porque lejos de ser parte de la solución, han sido en la historia reciente parte del problema. Y parte medular, cabe decir.
Se habla muchas veces de la «sociedad civil» como la expresión organizada del pueblo, pero en nuestro caso es un eufemismo para referirse a ciertas representaciones cupulares que no tienen en la práctica sustentación y con las que los acuerdos o desacuerdos nunca se traducen en un asomo siquiera de pacto social porque no existe verdadera representación. Por ello es que se tiene que recurrir a personalidades y, obviamente, uno tiene que buscar figuras que puedan definirse como más allá del bien y el mal pero que, además, tengan un poco de colmillo y cintura política para hacer funcionar un esfuerzo de participación. A mí no se me ocurre otra personalidad como la del Cardenal, aunque reconozco que dentro de ciertos sectores de poder no es bien vista y que le cuestionan a él y a todos los obispos su interés por las cuestiones terrenales cuando, en opinión de los más conservadores, debieran limitarse a pastorear almas.
Desde que se emprendió el camino marcado por la actual Constitución política, en 1985, no creo que hayamos vivido otra época en la que sea tan evidente el colapso de las instituciones y el carácter fallido del Estado. El serranazo puede ser un parangón y en aquellos momentos una instancia nacional de consenso, con todo y sus defectos, algo ayudó para superar la crisis. Ahora no se trata de superar una situación o momento difícil, sino de reconstruir una estructura que colapsó, que no da para más y que requiere de mucha visión, de talento y patriotismo para componer las fallas que se han acumulado y sobrepuesto hasta hacer inútil al Estado e inviable nuestro país.
Hace falta una voz serena, madura y constructiva, que nos acompañe en una reflexión profunda y sincera sobre la realidad que estamos viviendo y que centre de alguna manera el debate sobre cómo actuar. Yo lanzo hoy un nombre, como puede haber otros, porque hace falta que alguien asuma con autoridad moral y solvencia, ese rol de moldear una ciudadanía inexistente, un civismo extinguido, para reconstruir una patria agonizante. Si tuviéramos partidos políticos y dirigentes dignos de ser considerados como tales, ellos serían los que tendrían que conducir a un pacto social que involucre a todos los sectores, pero en ausencia de tal clase de liderazgos capaces y solventes, volvamos los ojos a otras instancias para buscar guía.