Cuando medito sobre los acontecimientos de ayer y ese brutal asesinato de los cuatro policías acusados de haber matado a los diputados del Parlacen, recuerdo con bochorno la forma en que la sociedad guatemalteca en su conjunto aplaudió la forma en que se procedió en Pavón y cómo, colectivamente, consideramos adecuado el procedimiento y hasta hubo abundantes cartas condenando la actitud del Procurador de los Derechos Humanos que señaló la ejecución extrajudicial cometida en aquella ocasión. Como sociedad, aceptamos y aplaudimos esa forma de proceder de las autoridades y les damos alas para que piensen que es correcto el camino de la limpieza social ejecutada por escuadrones de la muerte que actúan con total impunidad.
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Cuando no hacemos ni decimos nada cada vez que las autoridades explican cualquier crimen diciendo que se trata de un pleito entre pandillas rivales, estamos avalando ese proceder criminal y de una u otra manera nos convertimos, aunque sea por omisión, en cómplices de esa podredumbre moral de nuestro país. Cuando nos tragamos la explicación oficial de que en Pavón hubo un enfrentamiento entre fuerzas del orden y los detenidos, estamos avalando que el Estado proceda como lo hizo, quizás porque en el fondo estamos de acuerdo con que a los delincuentes y malvivientes hay que irlos matando uno a uno, aunque como sociedad nos prostituyamos día a día.
Hoy noto a mucha gente estupefacta, confundida y hasta avergonzada por lo que somos, pero creo que todos somos algo culpables porque no hemos tenido el valor cívico de levantar la voz, de denunciar la existencia de matones en las filas de nuestras fuerzas de seguridad y porque no hemos exigido el cese de esa limpieza social que cada día es más brutal y sanguinaria. Y cuando alguien dice algo, de inmediato se alega que los delincuentes merecen esa suerte y más. Que ante las deficiencias del sistema de justicia, «está bien» que se proceda extrajudicialmente para ir castigando a los que delinquen.
Yo siento vergí¼enza por lo que pasó ayer, pero no sólo porque ello deja mal parado a mi país sino porque de alguna manera hemos sido cómplices del desmadre, de ese deterioro acelerado que hemos venido sufriendo y que puede haber encontrado una especie de clímax con lo ocurrido cuando mataron a diputados salvadoreños ante el Parlamento Centroamericano. Pero repito lo que ya dije en algún artículo: si no hubieran sido diputados sino simples ciudadanos, chapines o salvadoreños, su muerte hubiera sido apenas una mancha más al tigre y la eterna explicación oficial hubiera sido que eran víctimas del ajuste de cuentas entre pandillas que disputan entre sí.
Estoy seguro que el país no va a cambiar por obra y gracia de ningún político y que mientras los guatemaltecos sigamos siendo indiferentes y nos conformemos con esas mentiras oficiales que cínicamente tratan de dar un ligero barniz para ocultar la existencia de escuadrones de la muerte encargados de la limpieza social, nuestra carrera hacia el descalabro es incontenible. Me siento molesto e indignado por la realidad, pero más aún por nuestra actitud como ciudadanos incapaces de denunciar y exigir el fin de esas prácticas salvajes. Me siento frustrado al pensar que nadie quiere encarar la realidad y que ningún político tiene los arrestos para entrarle al toro por los cuernos, denunciando el carácter fallido de nuestro Estado y la ingobernabilidad generada por ese descalabro institucional.
Y porque volveremos a votar irreflexivamente, creyendo el canto de sirena de quienes andan en busca de poder sin siquiera entender para qué ni que, en estas condiciones, ni siquiera el gran poder de Dios nos sirve de algo.