En febrero de 1895 se inició la conmoción que revolucionó al Ejército francés; en el patio de la Escuela Militar de París, los tambores redoblando y ante las tropas formadas en cuadro, el capitán Alfred Dreyfuss fue degradado. El Jefe del Estado Mayor tomó la palabra y dijo frente al hombre que llegaba escoltado: «En nombre del pueblo francés, yo os degrado», le arranca las charreteras, le rompe la espada y lo hace pasar ante las tropas. Con serenidad y firmeza, Dreyfuss exclama: «Soldados, se degrada a un inocente? ¡Viva Francia»!
La Isla del Diablo, una colonia de leprosos en la Guayana francesa, recibió a Dreyfuss, condenado a prisión perpetua; de ahí nadie sale vivo. La historia del Conde de Montecristo, descrita por Dumas, y la de Papillón años más tarde, están por iniciarse; es el camino del confinamiento solitario, de los trabajos forzados, de los grilletes y del clima maligno, dueño de todas las miserias del trópico; el océano en un costado y la selva amazónica en el otro completan aquella prisión impenetrable.
Alfred Dreyfuss era un judío de familia adinerada de la burguesía de Alsacia, luego que ésta fuera anexionada a Alemania. Tras la derrota en la guerra franco-prusiana, abandonó su tierra para no perder la nacionalidad francesa; amaba a Francia, su país. Todo se inició en octubre de 1894, cuando una encargada de limpieza de la Embajada Alemana en París, que trabajaba para la inteligencia francesa, encontró un papel roto dirigido al embajador Max von Schwarzkoppen conteniendo secretos militares franceses. El Estado Mayor comparó la caligrafía de los oficiales sabiendo que el culpable debería pertenecer a ese Cuerpo, y Dreyfuss, que no gozaba de simpatía por ser un hombre de personalidad independiente, que era alsaciano, provincia de influencia alemana, y además judío, fue señalado; la intriga del antisemitismo estaba en boga entre algunos sectores del alto mando y la sociedad francesa. En diciembre es sometido a un consejo de guerra a puerta cerrada, y con documentos y declaraciones falsificadas por el comandante Huber Henry, segundo Jefe de Inteligencia, fue condenado; era la salida del Ejército para lavar su honor, se necesitaba un culpable y Dreyfuss era el ideal.
En julio de 1895, el comandante Picquart, nuevo Jefe de Inteligencia, recibe una orden del general de Boisdefree, Jefe del Estado Mayor, para reabrir la investigación del caso, no por creer en la inocencia de Dreyfuss, sino para reforzar la acusación y proteger al Ejército de murmuraciones. Investiga y no encuentra relación entre la nota y Dreyfuss, en cambio, acumula pruebas que señalan que el espía es otro oficial: el comandante Ferdinand Esterhazy, tenido ya como sospechoso. Picquart informa a sus superiores y estos para evitar un escándalo al Ejército le dan órdenes de callar y ante su disgusto es enviado a ífrica. Mientras, la familia Dreyfuss realizaba investigaciones que iban trascendiendo hasta que el ruido de voces llegó a las puertas de dos hombres de estatura cívica enorme: el escritor Emile Zola y el político Georges Clemenceau, conocido como «El Tigre», más tarde Presidente del Consejo de Ministros.
Los oficiales responsables trataban de ocultar la injusticia, la Isla del Diablo estaba lejos y era preferible la muerte de un solo hombre al derrumbamiento del Ejército. Piquart desde ífrica insistía en divulgar la verdad y fue enviado a los lugares más peligrosos como enlace de la Legión Extranjera; sin embargo las balas lo respetaron, pero fue destituido. El rumor crecía, el Estado Mayor se empeñó en proteger al verdadero traidor, a quien se le simuló un juicio, todo por obra del comandante Henry desde la sección de Inteligencia, que al ser descubierto fue detenido y sorpresivamente apareció muerto en su celda al haberse cortado las venas; Esterhazy, el verdadero traidor, huyó a Inglaterra.
La detención de Henry y el escándalo siguiente lo provocaron con sus incendiarios artículos contra el alto mando del Ejército y el poder oficial el escritor Emile Zola desde el periódico L’Aurore dirigido por Clemenceau, en donde el 12 de enero de 1898 escribió su célebre carta: «Yo Acuso» dirigida al Presidente de la República; el Ejército se tambaleó y Francia y el mundo también. Zola no dejó títere con cabeza, el Ministro, el Estado Mayor y todos los oficiales implicados fueron denunciados con sus nombres, no perdonó a nadie. El Ejército desde ese momento tuvo que rediseñar sus cuadros y procedimientos y efectuar cambios de fondo si quería sobrevivir.
Lo que sucedió con el caso Dreyfuss, de renovarse y cambiar totalmente, es algo que los ejércitos modernos, particularmente en países pobres, tienen que hacer para justificar su existencia y en el caso de que nada lo justifique, sencillamente desaparecer o transformarse en otra institución acorde a los tiempos, como sucedió en Costa Rica y otros lugares. Por otra parte ningún poder o funcionario público puede estar moralmente autorizado para transgredir la Ley, para falsear la verdad y proteger a culpables de acciones criminales, cuanto más aquellas que atentan contra la integridad y el honor de una persona. En junio de 1899 un crucero recogió a Dreyfuss en la Isla del Diablo; habían pasado cuatro y medio años, y como dijo un periodista «está demasiado viejo para sus treinta y nueve años».
La tragedia de Dreyfuss cambió la vida en la Francia de finales del siglo XIX y ensombreció un poco la alegría de vivir que plasmaron los impresionistas Monet, Pizarro y Degas que hicieron con el paisaje lo que Renoir con la mujer, hacer renacer la luz en el París posterior a la derrota frente a Alemania. Toulouse Lautrec fue el pintor oficial de esa alegría de París, del Moulin Rouge en el Montmartre bullicioso y nocturno que fue testigo del inicio del caso Dreyfuss que dividió a Francia; otro impresionista famoso, Cézanne, dentro de la división que provocó en la sociedad francesa, se colocó públicamente a favor del Ejército a pesar de ser amigo de Zola.
En 1906 Dreyfuss fue reintegrado al Ejército y ascendido a Comandante, sirvió en la Primera Guerra Mundial, recibió la Legión de Honor en el mismo patio en donde doce años atrás le arrancaron las charreteras y rompieron su espada. Vivió hasta 1935.