Dictaduras con caretas de «democracia»


Los pueblos que en una forma u otra sufren los flagelos de la pobreza, de las atrocidades de los tiranos que aherrojan las libertades de los ciudadanos y que, por lo tanto, esos pueblos desean respirar de alivio en un clima no opresivo, no asfixiante, son susceptibles de tomar decisiones irreflexivamente con tal de sacudirse pesados yugos de los sayones.

Marco Tulio Trejo Paiz

En realidad, los pueblos que sólo han tenido que pujar para abajo a lo boyuno soportando el agobiante peso de las dictaduras de todo color y de todo calibre, pueden ser arrastrados en un momento dado a las posaderas de cualquier demagogo ebrio de poder que pegue un grito de redención de las masas oprimidas que han vivido rumiando pobreza, injusticia, abusos, atropellos a legí­timos derechos, o sea sin saborear los «manjares» que brinda la genuina democracia.

Todos los dictadores y tiranos son dados a ocultar sus negras entrañas al ponerse ropajes de demócratas. De «democratazas»…

Recurramos, aunque sea en volandas, a la triste historia de las diferentes épocas, lejanas y algo cercanas, hasta llegar a los «alegres» dí­as que estamos viviendo.

Dictadores como Ubico, como Hernández Martí­nez, como Carí­as Andino, como los Somoza, como Trujillo, como Perón, como Pérez Jiménez, como Pinochet, para citar sólo algunos que in illo témpore se entronizaron por las buenas o por las malas en patios de nuestra América Indiana, ostentaron pendones «democráticos», y los que están «brotando» en estos tiempos en la misma región hemisférica como la maleza al caer las primeras lluvias, tratan de esconder sus «esencias» con toscas caretas de la democracia «adornada» con comillas de la farsa.

El sargentón golpista Hugo Chávez, por ejemplo, está montando e imponiendo a todo vapor una férrea dictadura que puede, por añadidura, convertirse en sangrienta tiraní­a. Está encandilando al proletariado ?incluido el campesinado? con toda una sarta de promesas que puede cumplir o no cumplir, según las circunstancias o los «imponderables» que a lo mejor lo harí­an tropezar con muchos escollos o echarlo por la borda… Estos dí­as está preparando las herramientas constitucionales y legales, como quien dice a la soviética y poniendo en práctica las directrices del semidiós cubano, Fidel Castro, su ductor y «padre polí­tico-ideológico», como él lo vive pregonando paladinamente.

Chávez tiene una vanidad del tamaño del volcán Popocatépetl que se yergue cerca de la capital charra. Su cacareada revolución bolivariana está convirtiéndola oficialmente en «revolución socialista de Venezuela», por no declararla de una vez, sin ambages, como comunista. Castro no se anduvo con palabras perfumadas, con eufemismos, cuando declaró concejeramente también que su «criatura» era (y es, al menos hasta este dí­a), «comunista»; pero, eso sí­, según le convenga, no vacila en decir que «su» orden de cosas es la de pura pasta «democrática» (¿…?), quizá porque a la masa popular la logró amaestrar y orquestar, no, NO al influjo de la convicción que se diga, sino más bien por temor, por conveniencia y por férrea imposición de la fuerza bruta.

Nosotros, al igual que muchos otros mortales, admiramos la lucha heroica que un puñado de remicheros libraron desde la Sierra Maestra y de otros lugares selváticos contra la torpe dictadura de Fulgencio Batista con Fidel a la cabeza, pero cuando tras los juicios sumarí­simos de los llamados «tribunales populares» de molde soviético (duraban sólo unas cuantas horas) comenzaron a «ajusticiar» frente a los fatí­dicos paredones y a los muros de La Cabaña y demás antros carcelarios con descargas de fusilerí­a a los caí­dos; es decir, a los reales o supuestos opositores del «nuevo orden», cambiamos de actitud, y es que, como lo hemos dicho y remarcado reiteradamente, somos enemigos a ultranza de las dictaduras con su «accesorio» tiránico, ya se trate del izquierdismo recalcitrante o del derechismo extremista que se mantienen colisionando y provocando serias irritaciones en todas partes de nuestro convulso planeta.

Se ha dicho que el movimiento rebelde que tumbó a Batista con todos sus andamiajes contó, incluso, con el apoyo de los Estados Unidos de América, y fue significativo el hecho de que el ahora desgarbado barbuchí­n, Fidel Castro, no bien se habí­a posicionado en la cima del poder, corrió a tocar las puertas de la Casa Blanca, en Washington, demandado ayuda económica para ir hacia adelante con su revolución; mas, cuando se sintió frustrado frente a la superpotencia del norte, echó pie atrás y se entregó a «charranguear» incesantemente con el monocordio contra el «imperialismo».

Vemos, pues, que todos los dictadores enarbolan banderas «democráticas» vomitando demagogia con toda desfachatez, cinismo y contradicción. Allá los babiecas que piensen o crean que lo rojo o lo negro es blanco y que los aviesos personajes que empuñan las riendas del poder en cualesquier patios del mundo son mansas palomas para con los «nidí­colas» o pichones, o sea para con quienes no tienen más que sufrir con la cruz a cuestas como el Mártir del Gólgota.