Cierto es que nuestra política sigue girando alrededor del concepto caudillista y que se pone más atención a la persona que al contenido de su propuesta, pero si queremos que Guatemala supere esa eterna frustración que significa el desencanto provocado por todos y cada uno de los gobiernos electos popularmente, se impone que los partidos pongan más atención a definir planteamientos concretos capaces de generar un mandato claro y exigible que la población pueda reclamar en su momento a quienes resulten electos.
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Resuelto prácticamente el tema de las nominaciones de candidatos presidenciales, es urgente que se conozca en detalle lo que cada uno de los aspirantes piensa respecto al futuro del país y, lo más importante, cómo es que se propone ejecutar sus aspiraciones. Porque hay que insistir en que el espectro de la oferta no puede ser muy variado en nuestro medio porque no existe una verdadera diversidad ideológica y más bien los partidos y sus candidatos se apretujan para disputarse el electorado con propuestas muy similares basadas, sobre todo, en estudios de opinión que recogen lo que la población quiere oír y por ello todos hablarán de seguridad, de generación de empleo, de ampliar coberturas de educación y salud como ejes principales de sus «planes de gobierno», sin que se sientan obligados a aterrizar concretando cómo es que pueden lograr esos fines ni, mucho menos, ampliar su planteamiento hacia otros de los temas cruciales del país, como podría ser la necesaria reforma del Estado para rescatar a las instituciones que se han vuelto inoperantes.
En Guatemala parecía venirse consagrando la historia de que la carrera por la presidencia no era de velocidad sino de resistencia y que hacía falta más de una participación para convertirse en aspirante con posibilidades. Eso tenía a Colom como cuasi ungido según las encuestas y apuntalaba más el hecho de que no hace falta esmerarse mucho en la propuesta, sino de mantenerse en liza para consolidar posiciones. Creo que el panorama actual está cambiando y que nuestra democracia puede dejar de ser carrera de resistencia si es que las nuevas candidaturas son lo suficientemente ingeniosas para plantear propuestas concretas y específicas sobre temas importantes para el país. Temas que a lo mejor no están en la mente del electorado porque no han sido colocados sobre la mesa de discusión, pero que una vez explicados a la gente, se pueden y deben convertir en el pivote de toda la agenda política nacional.
Ya vivimos en el pasado algunas experiencias en las que eternas candidaturas que parecían encaminadas al triunfo casi por «defábol», como dicen los patojos, terminaban fracasando y más de un personaje hizo méritos para que en sus lápidas pudiera decir aquí yace el eterno candidato a la presidencia. . Pienso que si en esta elección nadie se esmera por la propuesta y por abordar los temas de fondo, posiblemente tengamos presidente de rodado, producto del largo caminar como candidato. Pero si hay debate, si se enfoca con propiedad la agobiante situación del país y su alto grado de dificultad para el futuro inmediato, veremos un panorama distinto, acaso no sorpresivo totalmente, pero sí tan diferente a lo que hoy vemos como para que se piense en una transformación importante de la forma de hacer política.