Una de las desventajas que para mí tiene revisar la prensa guatemalteca en Internet cuando estoy de viaje es que casi nunca leo la sección de los obituarios, por lo que en algunas ocasiones me he enterado muy tarde del fallecimiento de alguna persona amiga. Eso me ocurrió ahora con el doctor Armando Sandoval Alarcón, con quien pese a las diferencias de edad y sobre todo de pensamiento ideológico, mantuvimos una buena amistad caracterizada por las discusiones que siempre tuvimos sobre la Liberación y el papel de Estados Unidos en el movimiento que derrocó a Jacobo írbenz.
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Tenía ya algún tiempo de no ver a Armando y de no cruzar sables sobre ese tema que era el chispazo de arranque de nuestras conversaciones. Armando fue muy amigo de mi padre y desde su juventud fue un ciudadano inquieto y activo, lo que lo hizo participar en el movimiento para exigir la renuncia de Jorge Ubico y luego involucrarse en el que culminó con el levantamiento del 20 de Octubre del 44 que depuso al general Federico Ponce Vaides. Y luego fue de los que simpatizaron con Francisco Javier Arana y tras el asesinato del Jefe de las Fuerzas Armadas, pasaron a la oposición abierta hasta llegar a la conformación del llamado Movimiento de Liberación en el que fue muy activo desde sus inicios y luego combatiente cuando se produjo la invasión desde Honduras.
Cuando inició mi amistad con Armando creo que apenas se había publicado Fruta Amarga y el tema de la participación de la Agencia Central de Inteligencia en particular y de todo el gobierno de los Estados Unidos en general en la invasión era negado de manera ardorosa por los liberacionistas. Recuerdo que fue con él y con el Mico Taracena con quienes más, de manera amistosa, discutimos sobre el particular porque ellos sostenían que la Liberación había sido un movimiento criollo y yo les rebatía por el papel que jugaron los hermanos Dulles y la Frutera no sólo en la organización sino en el financiamiento del movimiento que terminó siendo acaudillado por Carlos Castillo Armas luego de que los emisarios de Washington evaluaron a varios candidatos, entre los cuales había destacado el abogado Juan Córdoba Cerna.
Cuando su hermano Mario le propuso la candidatura presidencial a mi abuelo, en lo que luego se evidenció como una jugada astuta para posicionar con más fuerza al MLN en la negociación con Arana, Armando era de los más asiduos visitantes y siempre sentí que su identificación con mi abuelo era auténtica y producto de un cariño entrañable. Y es que entre los Sandoval Alarcón y los Marroquín Milla existió desde la temprana juventud una gran amistad y cariño, pero al casarse Armando con Lucía Valladares, hija de don Luis Valladares Aycinena y de doña María Molina de Valladares, ese vínculo se hizo mayor.
Por todo ello lamenté enterarme el sábado, cuando leí una esquela, de la muerte de Armando y casualmente por la tarde me encontré con Lucía en misa y pude expresarle mi pesar por la muerte de su esposo a quien siempre consideré un extraordinario amigo y con quien, pese a diferencias políticas de diversa índole, mantuve muy buena relación.
Pésame que por supuesto hago extensivo a sus hermanas, a doña Mariíta, su madre política, y a sus cuñados, los Valladares Molina. Algún día Luis Domingo deberá hacer una reseña de la vida de Armando porque fue un personaje muy querido tanto por quienes fueron sus compañeros de luchas políticas como por sus mismos adversarios en tales lides.