Personajes que en otros países han sido electos para colocarse en bandolera entre pecho y espalda las bandas con los colores patrios, están dando ejemplos aleccionadores de honestidad a sus pariguales de otros lares, al reducir los sueldos asignados en los presupuestos respectivos.
Desde que se encontraban en la palestra Alan García, de Perú; Evo Morales, de Bolivia, y Felipe Calderón, de México, incluyeron en sus agendas la promesa de rebajar el sueldo de la presidencia de esos países latinoamericanos. Y han cumplido lo que prometieron respecto de lo individual y, también, han hecho desmoches de emolumentos de otros funcionarios de alta jerarquía.
Aquí, en nuestra anarquizada Guatemala, los presidenciables sólo están ofreciendo cosas que a lo mejor estarán lejos de convertirlas en realidad. Nada dicen de los jugosos sueldos del presidente y del vicepresidente, ni de los que perciben otros papagayos de la frondosa burocracia.
Cayó mal, muy mal, el que don í“scar Berger y don Eduardo Stein, tan pronto como se arrepanchingaron en sus tronos, se recetaran la friolera de 100 mil quetzales cada cual. Asimismo cayó igualmente mal, muy mal, que el general José Efraín Ríos Montt, siendo presidente del Congreso, dispusiera aumentar en 5 mil quetzales el de por sí abultado sueldo de los diputados. Eso demuestra la verdadera razón de jugar a la sucia politiquería. ¡El patriotismo y la honradez quedan arrumbados!
Los políticos de la bulliciosa América Indiana, cuando se entregan a derrochar verborrea en las campañas electorales se «erigen» en redentores de masas populares empobrecidas, en ser paradigmas de honestidad, en velar por la superación de los estados, en mejorar las economías, pero, ya cuando van cabalgando en el macho (o en los machos), hacen todo lo contrario de lo que han ofrecido demagógicamente.
Daniel Ortega, por ejemplo, no bien había comenzado a calentar el taburete presidencial en las postrimerías de la pasada centuria, confiscó bienes a diestra y siniestra y llegó a vivir ostentosamente con lujo asiático en una mansión de la expoliada gente de corte aristocrático. Fidel Castro, según lo informado no hace mucho por agencias noticiosas del campo internacional, ha vivido como un rey, con un capital archimillonario y «amurallado» por todo un ejército de guardaespaldas y moscardones.
Aquí cierta gente ideológicamente masificada despotrica contra el Gobierno por disponer «numerosas» fuerzas de seguridad ?militares y policiales?, pero se cuida de mencionar que el ejército de la Cuba castrista rebasa el millón de integrantes y que la policía (incluida la «secreta», muy temible) a la vez cuenta en sus filas de «conejos» más de un millón.
Ya se sabe que los caudillos del «proletariado», una vez conquistan el poder (casi por lo general chapoteando en charcas de sangre), se entregan al dolce farniente. Son los nuevos capitalistas. Son la clase privilegiada contra la que echaban sapos y culebras cuando se hallaban en la llanura.
Es de esperar que los políticos que están disputándose el fastigio de la burocracia en la actualidad, si es que se sacan el «loteriazo», vayan tomando la decisión de rebajar los escandalosos sueldos de la presidencia, de la vicepresidencia, de los ministros, viceministros, diputados y demás encumbrados funcionarios, aparte de suprimir sin mayores ceremonias otras partidas presupuestarias que tienen el cargado tufo de la corrupción, factor de peculado. De no ser así, ¡no obrarán bien en su período!…