Quizá no haya nada mejor que el ejercicio del poder, alcanzarlo y mantenerse en él todo el tiempo necesario. Desde lo alto se siente una especie de cosquilleo en saber que se pueden mover las piezas como a uno le complazca, le convenga o simplemente se le antoje. Por eso debe ser difícil volver a la llanura, tener que descender al bajo mundo (al de la gente ordinaria, común y corriente) y transformarse ?de nuevo- en un pinche mortal.
Creo que nada debe llenar tanto de angustia a los que ejercen el poder que esta dura realidad. Ya se imaginan de nuevo sin guardaespaldas, celulares, radio, secretarias y una corte de aduladores siempre dispuestos a felicitar cualquier idea idiota o una acción mediocre. Hasta las acciones con las chicas saben que bajarán y esto para un macho latinoamericano es cercano al infierno en vida. Estos momentos de «preocupación» llena la mente y la psiquis del hombre entero y sufre la partida desde mucho antes del fin.
Este año es para algunos como una especie de escatología política, el momento del fin, el Apocalipsis, el Armagedón o la apocatástasis. Por eso es que se hace lo imposible para subirse al próximo tren, comienzan las conversaciones con los probables vencedores, las llamadas a los padrinos, los magnates, los poderosos y a laborar como nunca para «engancharse» de nuevo. Cualquier esfuerzo es poco cuando se trata de volver a vivir como «la mara», esos fracasados y apocados para los que la vida sólo les reserva pobreza.
Por si las moscas este año se empiezan a fraguar los últimos «bussines», que no se trata de estafas, robos o cuestiones inmorales, sino de simples negocios de esos que hacen la gente honorable y triunfadora, los exitosos. Si dejar una cuota de poder es algo abominable, peor aún es regresar a casa con las manos vacías. Eso es estúpido, imperdonable hasta por el mismo Dios que es quien al final ha dado la oportunidad de trabajar en ese ventajoso puesto. También es menester viajar. Si es cierto que el trabajador merece su salario, cuánto más él que se ha sacrificado tratando de hacer el bien a ese vulgo siempre mal agradecido.
El poderoso, situado en las puertas de dejar el poder, empieza este año a pensar en lo mucho que ha hecho con la gente. «Siendo sincero, se dice a sí mismo, ya puedo morir en paz. ¿Quién habría hecho lo que hice? Caramba, quién iba a pensar que luego de una formación esmerada en Estados Unidos iba a parar como burócrata. La gente debería agradecerme, soy un servidor cinco estrellas. No creo que nadie sea capaz de superarme. Mi partida dejará desgraciada a esta institución. Pobre Guatemala, estos puestos son llenados sólo por chusmas, yo he sido la excepción. Y no creo ser arrogante al pensar esto. Dios mismo conoce los talentos con los que decidió adornarme. Y los he puesto al servicio de la gente?».
Pobres los poderosos, si supieran que la gente cuenta los días para verlos fuera, tomando el Transmetro, caminando por las calles, buscando estacionamiento, detenidos en un semáforo en rojo y hasta simplemente recordando desde algún periódico esos días de gloria, fama y estrellato. Qué bueno el tiempo pase y, poco a poco, su recuerdo sea sólo una pálida imagen de esos días que nunca más volverán.