La costumbre de aparentar debe ser tan antigua como el hombre de Neandertal, hace unos cien mil años antes de Cristo. Se puede presumir que ese bicho raro, menos evolucionado que el actual, era no menos fanfarrón que el hombre posmoderno. Un teatrero digno del mayor premio a la ficción y la mentira.
Evidentemente, las formas actuales son sofisticadas aunque no dejan de ser superficiales y medio idiotas. Fíjese por ejemplo en el esfuerzo que a veces se realiza por «aparecer» y fingir cierta inteligencia, por ser interesantes y poseer un «status» soberbio y excepcional. ¿Es ridículo, no? Y esto no sólo es propio del vulgo, sino también de aquellos que presumen cierto nivel intelectual «non plus ultra».
Algunos consultores, profesores universitarios, políticos y empresarios, son un buen ejemplo del trabajo que se hace por no aparecer ante los otros como un pobre infeliz, ignorante, débil, acomplejado y lleno de taras que realmente causarían vergí¼enza pública. Vea sus poses, cómo se paran, sus miradas, su ropa, el tono de su voz y el gesto de sus manos, todo es un «show», un espectáculo, un teatro más o menos bien montado para decirle a la gente que se está frente una personalidad muy por encima del populacho, que son importantes y que su autoridad es casi divina, inapelable e indiscutible.
Pobres, son gentes que en realidad luchan por ser lo que no son. Imagínelos temprano llenándose de perfume, exigiéndole al lustrador un brillo excepcional a sus zapatos, a su mujer un planchado impecable y mirándose una y otra vez frente al espejo: de perfil, de frente, por arriba, por abajo, por donde sea necesario para ocultar eso que se experimenta como real y que se detesta por considerarlo despreciable.
Eso también se puede evidenciar en algunos que medran de un día para otro. ¿Los ha visto? El caso de los narcos, por ejemplo, esos que encuentran la gloria súbitamente, es un poco patético por la teatralidad con que se presentan frente al mundo: autos de lujo, cadenas de oro, ropa de marca y un etcétera que debe dejar ruborizado al mismo Michael Jackson. Toda una metamorfosis barata, falsa y con poca imaginación (aunque gasten miles en el esfuerzo).
El mundo de las apariencias, sin embargo, no deja de ser fascinante y es una fuerza que nos arrastra un poco a todos (no sólo al pobre pitecántropo). La teatralidad «vende». Nada mejor, por ejemplo, frente a un público incauto ?de estudiantes para citar a un grupo? que presentarse impecable: gafas a la moda, barba bien tallada y con varios libros escritos en arameo, árabe o sólo en inglés. Eso es «nice». Y si a eso le sumamos un par de citas de gente oscura, países desconocidos e historias vividas durante los estudios en Europa, Asia o simplemente en los Estados Unidos y ya. El golpe está bien dado, las bocas empiezan a abrirse y la baba a caer delicadamente, despacio, pero de manera infalible.
El profesor sabe que si no hace eso fracasa, la gente puede adivinar su ignorancia y mostrar eso que él cree es «su pobreza». Pero, repito, eso lo hacemos un poco todos, nos gusta el «show», la ficción y mostrarnos fascinantes frente a los otros. Huelga decir que la táctica suele funcionar y por eso vale el esfuerzo por ocultar el mal gusto de Dios en nosotros. La vida es esta un poco ficción, sueño, irrealidad? Aceptémoslo.