JULIETA SILVA DE ALVARADO MENDIZíBAL


Julieta me llamó por teléfono a las tres y media de la mañana de este sábado 13 para decirme que el dolor de pecho que habí­a sentido unas horas antes y para el que yo le habí­a prescrito nitroglicerina, se habí­a aliviado, pero que le habí­a recrudecido y, era más severo. Alerta Médica la trasladó a emergencia de nuestro Herrera Llerandi a donde acudí­ a atenderla.

Dr. Carlos Pérez Avendaño

Exámenes de sangre y electrocardiograma confirmaron lo que me sospechaba; un infarto del miocardio, por lo que la ingresé a intensivo. Le aliviamos el dolor y se le instituyó el tratamiento agresivo del caso con el que mejoró de manera bastante satisfactoria. Cinco dí­as después se sentí­a muy bien.

El infarto habí­a sido desencadenado por la pérdida de sus ahorros en la quiebra de un banco, ahorros de toda una vida de sacrificio, y con los que, ilusionada, planeaba ayudar a sus nietos en su educación post-universitaria.

Platicando con Julieta, cuyo esposo, el colega René Alvarado Mendizábal falleció hace 10 meses, me contaba del dolor que la soledad, impuesta por la viudez, le lastimaba mucho a pesar de la cariñosa compañí­a de sus hijos. Cuando despertaba de madrugada y no sentí­a a su René, le dolí­a el alma.

René era un colega amigo médico pianista, que en muy frecuentes ocasiones amenizó las alegres fiestas que, en su casa, organizaba Julieta y en donde la pasábamos muy contentos cantando los boleros de Agustí­n. Julieta gozaba esas fiestas y probablemente a eso se debí­a que luego de la muerte de su René, oí­a, en el silencio de la noche, que alguien tocaba el piano de cola que ella guardaba y entonces salí­a de su cuarto, y se iba a sentar a la sala, para seguir escuchando las melodí­as que su marido le tocaba.

Es por ello que la Lila mi mujer, me decí­a, que Julieta murió porque querí­a reunirse con su René.

Y así­ fue, porque cinco dí­as después de ese primer infarto del sábado y cuando ya se habí­a recuperado bastante bien, Julieta sufrió, mientras platicaba con las enfermeras, otro, fulminante que, a pesar de lo que nos esforzamos con Lico Bianchi y Rudolf Garcí­a Gallont, quienes en ese momento ahí­ estaban en intensivo, se nos fue. Es que la decisión de Julieta de querer reunirse con René, habí­a sido muy categórica y terminante.

Un dí­a antes de morir, pretendiendo proporcionarle consuelo le comentaba yo a Julieta la buena noticia de que lo perdido en el banco le serí­a devuelto, y fue entonces que dijo: «fí­jese doctor que el amor con el que mi familia me abruma, le soy sincera, compensa con creces esa pérdida material».

Es que esa noble mujer que vivió a cabalidad y con abnegación su papel de esposa y madre, indudablemente sintió una satisfactoria y una muy auténtica felicidad al clausurar su ejemplar existencia, apretujada por el amor de sus cuatro hijos profesionales, de sus hijos polí­ticos y de sus nietos.

De parte de la Lila y ese su marido matasanos, un postrer agradecimiento para Julieta y René quienes nos regalaron su amistad y que a mí­, en particular, me concedieron el privilegio de ser su médico durante 47 años.

Para sus hijos Beatriz, Julieta, Julio René y Silvia una aparentemente incongruente felicitación por haber recibido de parte de Dios, ese regalo de madre.