Julieta me llamó por teléfono a las tres y media de la mañana de este sábado 13 para decirme que el dolor de pecho que había sentido unas horas antes y para el que yo le había prescrito nitroglicerina, se había aliviado, pero que le había recrudecido y, era más severo. Alerta Médica la trasladó a emergencia de nuestro Herrera Llerandi a donde acudí a atenderla.
Exámenes de sangre y electrocardiograma confirmaron lo que me sospechaba; un infarto del miocardio, por lo que la ingresé a intensivo. Le aliviamos el dolor y se le instituyó el tratamiento agresivo del caso con el que mejoró de manera bastante satisfactoria. Cinco días después se sentía muy bien.
El infarto había sido desencadenado por la pérdida de sus ahorros en la quiebra de un banco, ahorros de toda una vida de sacrificio, y con los que, ilusionada, planeaba ayudar a sus nietos en su educación post-universitaria.
Platicando con Julieta, cuyo esposo, el colega René Alvarado Mendizábal falleció hace 10 meses, me contaba del dolor que la soledad, impuesta por la viudez, le lastimaba mucho a pesar de la cariñosa compañía de sus hijos. Cuando despertaba de madrugada y no sentía a su René, le dolía el alma.
René era un colega amigo médico pianista, que en muy frecuentes ocasiones amenizó las alegres fiestas que, en su casa, organizaba Julieta y en donde la pasábamos muy contentos cantando los boleros de Agustín. Julieta gozaba esas fiestas y probablemente a eso se debía que luego de la muerte de su René, oía, en el silencio de la noche, que alguien tocaba el piano de cola que ella guardaba y entonces salía de su cuarto, y se iba a sentar a la sala, para seguir escuchando las melodías que su marido le tocaba.
Es por ello que la Lila mi mujer, me decía, que Julieta murió porque quería reunirse con su René.
Y así fue, porque cinco días después de ese primer infarto del sábado y cuando ya se había recuperado bastante bien, Julieta sufrió, mientras platicaba con las enfermeras, otro, fulminante que, a pesar de lo que nos esforzamos con Lico Bianchi y Rudolf García Gallont, quienes en ese momento ahí estaban en intensivo, se nos fue. Es que la decisión de Julieta de querer reunirse con René, había sido muy categórica y terminante.
Un día antes de morir, pretendiendo proporcionarle consuelo le comentaba yo a Julieta la buena noticia de que lo perdido en el banco le sería devuelto, y fue entonces que dijo: «fíjese doctor que el amor con el que mi familia me abruma, le soy sincera, compensa con creces esa pérdida material».
Es que esa noble mujer que vivió a cabalidad y con abnegación su papel de esposa y madre, indudablemente sintió una satisfactoria y una muy auténtica felicidad al clausurar su ejemplar existencia, apretujada por el amor de sus cuatro hijos profesionales, de sus hijos políticos y de sus nietos.
De parte de la Lila y ese su marido matasanos, un postrer agradecimiento para Julieta y René quienes nos regalaron su amistad y que a mí, en particular, me concedieron el privilegio de ser su médico durante 47 años.
Para sus hijos Beatriz, Julieta, Julio René y Silvia una aparentemente incongruente felicitación por haber recibido de parte de Dios, ese regalo de madre.