Nada ni nadie escapa al peligro en la capital, por cuanto acecha dondequiera. En todo sentido y de las formas más increíbles o imaginables propina zarpazos aquí y allá, haciendo la vida imposible como desesperante a los habitantes sin excepción alguna.
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Si una persona hace uso del destartalado transporte colectivo, a diferente hora del día, máxime durante la noche, lo más seguro es que sean una víctima de asaltantes desalmados. No sólo es despojado de sus pertenencias, también recibe maltrato o lo matan.
Otro tanto se expone el transeúnte, que aparte de ser objeto de asaltos en plena vía pública y la secuela de molestias, en contra de sus intereses venidos a menos, queda con la autoestima por los suelos. A veces lo atacan a pocos pasos de su propia vivienda.
Ni que mencionar de una rémora adicional, resultante de las tristemente famosos balas perdidas, fruto del clima de inseguridad y violencia, de la mano de la delincuencia. Los diarios en general dan cuenta día a día de los hechos delictivos originados por estos casos.
Tampoco puede descartarse que el peligro acecha asimismo a quienes viajan en vehículo propio, de un familiar o amistad, inclusive en taxi. Hay ocasión de recalcar cuánto la barbarie acecha a todo vehículo para despojar a tripulantes, viajeros y algo peor, robar el vehículo.
Con el desmedido parque vehicular existente en la ciudad, acechan choques con riesgo de perder la vida, dada la inexperiencia y abusos de pilotos. La capital y sus vías conforman, pese a pasos a desnivel en obra y funcionamiento, la auténtica vorágine en persona.
Existen hoy en día cruceros peligrosos de tránsito como una maldición gitana, en los cuales los hormigueros de peatones pasan un calvario para ganar la orilla opuesta. En resumen diversos motivos constituyen un peligro descomunal que nos acecha siempre ¡Dios nos bendiga!