Un síntoma inequívoco de la deficiencia educativa en nuestro país es la falta de creatividad. Carencia que se manifiesta en la incapacidad de los maestros, directores y dueños de colegios al abusar del material que siempre, por estas fechas, les es requerido a los padres de familia. La creatividad tiene que ver con los recursos y procedimientos didácticos de los cuales un mentor puede echar mano para transmitir un conocimiento, hacer comprender un concepto, formar un hábito, fortalecer voluntades, orientar actitudes y despertar el sentido crítico. En pocas palabras, para educar.
Las kilométricas listas de útiles no garantizan ni siquiera el mínimo de desarrollo humano, científico y técnico que se espera en cada grado de los distintos niveles de nuestro sistema educativo. Al contrario, entorpece el aprendizaje porque con tanto material, la creatividad de estudiantes y profesores se atrofia o se anula, por cuanto la investigación, la indagación o la simple búsqueda de conocimiento se ve determinada, para mal, por el negativo hábito de remitirse a un solo libro (de un solo autor) o a realizar trabajos que no tienen ningún significado y que muchas veces son indirectamente asignados a los padres de familia.
Comprendo, aunque no acepto, que en buena medida muchos colegios, ante la incapacidad de incrementar directamente sus cuotas, recurren a vender ellos mismos, tanto uniformes como útiles escolares para, de alguna manera, tratar de mantener cierta salud económica (valga el eufemismo) de sus empresas. Pero no es justo que se lucre a costa del inútil esfuerzo económico de las familias ni a costa de la creatividad, como ya lo he dicho.
Todo tiene un límite y creo que en relación a lo aquí tratado, ya lo hemos sobrepasado. Prueba de ello es la incapacidad de las autoridades de poner un límite a las empresas educativas que exageran abusivamente con la cantidad de lo que piden, así como el conformismo y la falta de carácter de los padres de familia que asfixiados por la situación económica en que todos o la mayoría vivimos, no les queda otro camino que endeudarse para cumplir con su «obligación»; las ridículas «mochilas» (o carretas) que ya no son suficientes para algunos alumnos pues he visto cómo las complementan con otra bolsa o mochila auxiliar para dar cabida a los «útiles» con los que supuestamente van a educarse.
Los niños y los jóvenes, más que útiles, necesitan aprender de la realidad, de una forma directa, sin intermediarios. El juego, la investigación, las excursiones, las relaciones sociales, el enjuiciamiento de la realidad y la lectura son sus principales procedimientos educativos. No olvidemos que la educación debe prepararnos para saber afrontar los problemas cotidianos y para abrirnos las puertas a la cultura universal, a la cual solo podemos acceder en la medida en que seamos responsables, ciudadanos del mundo y creativos. Los imitadores, faltos de originalidad, están condenados a ser siempre satélites errantes de aquellos que enfrentan y afrontan la realidad y el mundo armados con el sentido crítico, la voluntad fuerte y la originalidad y creatividad que el consumismo y el exceso siempre se encargan de anular.
Una de las formas de negación de la verdadera educación es el exceso, la exageración. Si queremos formar con el principio de la mesura, la racionalidad en el gasto y en el uso de recursos, debemos empezar por dar ejemplo de lo que queremos sirva de principio formativo. Trabajemos con lo necesario, con lo que verdaderamente sirve y educa. Digamos no al exceso, a lo injustificado, a todo aquello que es apariencia, es decir pura forma o medio mercantilista de quienes han hecho de la educación, solamente y más que todo, un negocio.