Se asustan de lo que acontece en Irak


Marco Tulio Trejo Paiz

Toda guerra es espantosa y condenable. A ella se recurre cuando ha fallado la razón y, entonces, se emplea la coz de las bestias con la «razón de la sinrazón».

En Irak, paí­s al que a lo largo de casi un cuarto de siglo anegó en sangre de humanos Saddam Hussein, hay fiesta macabra con el diabólico lenguaje del terrorismo.

A diario los kamikazes (embrutecidos suicidas) provocan espantosas masacres, más que todo contra hombre, mujeres y niños indefensos que nada tienen que ver con lo que acontece desde que una coalición de naciones encabezadas por los Estados Unidos de América echó abajo con sus andamiajes y todo al régimen opresivo del «ombre sin h» que acaba de ser ajusticiado con fatí­dico dogal patibulario.

Hussein quiso incendiar toda la región al pretender borrar del mapa al Estado de Israel, pero no se dio ese gusto que, a la vez, ha sido el farolero perdonavidas de Irán y de otros torvos personajes que dan la idea de estar endemoniados e idiotizados en lo religioso.

Casi cotidianamente se vienen contabilizando las bajas del ejército estadounidense que ocasionan a la usanza terrorista quienes ahora lloran como mujeres ebrias la desaparición de un oprobioso orden de cosas terriblemente totalitario y sanguinario que fueron incapaces de defender como verdaderos soldados, frontalmente, en el campo de batalla.

A estas fechas son alrededor de tres mil las bajas que han sufrido las fuerzas estadounidenses desde que empezó el chisporroteo en Irak.

La carnicerí­a que se ha producido en suelo iraquí­, en lo que respecta a los contingentes norteamericanos, no es como para que quienes estamos en la galerí­a internacional nos espeluznemos, pues en comparación con las grandes batallas de viejos tiempos es irrisoria. Es una nimiedad… En los encontronazos de fuerzas napoleónicas con el enemigo, al igual que en la Segunda Guerra Mundial, morí­an en término de horas, de pocas horas, decenas de miles de contendientes de ambos bandos.

Empero, es muy lamentable la pérdida de vidas humanas, aunque sean pocas, contadas con los dedos de una mano o tan sólo una, porque la vida humana no tiene un precio cualquiera, sino un gran valor apreciado desde el ángulo del humanismo que dicho sea de paso, anda de capa caí­da aquí­, en Irak y en todas partes de nuestro embrollado y deteriorado mundo.