Urge educar al conductor de vehí­culos


Es cosa común y corriente que cuando el chapí­n llega a un estacionamiento de vehí­culos de un centro comercial o supermercado, bajo techo o al aire libre, se encuentre con alguien que como si estuviera en autopista, corre a toda prisa para dejarlo en el primer sitio disponible que encuentre, sin haber hecho ninguna señal de advertencia, mucho menos respetar las franjas de limitación. Si a usted se le ocurriera reclamar el peligroso proceder, nada extraño serí­a que la respuesta fuera que no ha hecho nada malo y de paso, le aconseje visitar a un psiquiatra porque seguramente usted tiene flojo un tornillo en la cabeza.

Francisco Cáceres Barrios

¿Culpa del conductor, de sus progenitores, de sus maestros o de las autoridades? Creo que en materia de tránsito de vehí­culos hay de todo un poco. Porque cada quien se comporta en sociedad dependiendo de la calidad de educación con que nuestros padres y maestros nos fueron moldeando, desde la primera pacha, pasando por el papel y el lápiz para escribir, hasta el timón del vehí­culo automotor. De ahí­, que ayer por la noche hayamos tropezado con una patán que le importó un pito haberlo encandilado con las luces altas; hoy, con la señorona que en plena calzada abre de par en par las puertas de la camioneta para que sus hijos bajen a hacer pipí­ y mañana, toparse con el engomado jovencito, a quien solo le quedan cinco minutos para llegar puntual a su trabajo, por lo que se pasa todos los semáforos en rojo, bien enterado que los policí­as de tránsito no trabajan sino hasta bien adentrada la mañana.

Por ello es que insisto en decir que en Guatemala, si bien es cierto algunos conducen sus vehí­culos en condiciones poco propicias para evitar accidentes, prevalecen los actos peligrosos de los conductores, por la ignorancia total, parcial o temporal de las más elementales normas de tránsito y de ahí­ las colisiones, los atascos y el sinnúmero de problemas que a cada instante nos impiden una ordenada y fácil movilización.

Un dí­a de estos, pasando frente a una de esas llamadas «escuelas de automovilismo» situada en la zona 4 de la ciudad capital, me fue imposible mover las ruedas del vehí­culo ni una pulgada, por largo tiempo. ¿Podrá imaginarse la razón? Pues que los «instructores» habí­an dejado estacionados sus vehí­culos-escuela en doble y triple fila, violando la más elemental lógica, no digamos la Ley de Tránsito. Entonces, ¿qué clase de enseñanzas brindan a sus alumnos?, ¿cómo es que estas, dizque escuelas, tienen el privilegio de enseñar y autorizar licencias de conductores?; ¿de qué manera se supervisa el aprendizaje que reciben quienes con «licencia» podrán tomar en sus manos un timón, para poder hacer con él lo que se les da la gana?; ¿será posible que todo esto forme parte de la mentada transparencia de la GANA?