¿Falta aún un clavo más en el ataúd del oficialismo?


Lo que escribo y expongo es porque me consta y lo he vivido. La realidad se impone. No obstante, sin creatividad e imaginación no podrí­a haber pensamiento cientí­fico ni análisis objetivo. A su vez, la validez de lo que no ha pasado por el tamiz de la propia experiencia y no consta, depende de cómo se interprete, su contexto, cómo, porqué y cuándo ocurrió, antecedentes, transcurso y consecuencias.

Ricardo Rosales Román

Del tirano Jorge Ubico (1930 – 1944) en adelante, hay presidentes que han gobernado el paí­s a su manera. Unos lo han hecho como si se tratara de mandar en un cuartel. Otros, como si estuvieran administrando una finca o como capataces al servicio de quienes en realidad son los propietarios. No ha faltado quien conciba la gestión pública como si se tratara de gerenciar una empresa de su propiedad o de terceros y que proceda como un burócrata más, que en asuntos de gobierno y polí­tica está muy lejos de mostrar algún nivel de eficiencia y capacidad.

La excepción al todaví­a no resuelto y prolongado desgarreate institucional ?cuyas causas, manifestaciones y efectos están en el carácter de clase del sistema en que se asienta, los intereses que tutela y representa, y la corrupción que le es intrí­nseca?, fue el perí­odo de la primavera democrática que se inició con la Junta Revolucionaria de Gobierno, continuó con la presidencia del doctor Juan José Arévalo, y se interrumpió con la renuncia del presidente Jacobo Arbenz.

Salvo ese perí­odo histórico de diez años (1944 ? 1954), el paí­s ha ido cada vez de mal en peor, y hasta hoy no se le ha podido sacar del atolladero en que lo han metido quienes ni tienen liderazgo, estatura de estadistas, hombres de Estado ni de gobernantes probos, competentes, capaces y eficientes. Entre otras, éstas son algunas de las caracterí­sticas de quienes han gobernado de 1954 para acá.

Pues bien, calculo que la tinta de mi columna de la semana pasada no se habí­a secado todaví­a cuando se anunció que la oficialista Gran Alianza Nacional, (GANA), habí­a nominado a su precandidato presidencial. Tal decisión introduce un elemento «nuevo» tanto en la intención del voto para septiembre como porque si el partido gobernante lograra reelegirse ?lo que no dejo de ver como una posibilidad de lo más lejana?, el paí­s tendrí­a un presidente que lo «dirigirí­a» con el í­ndice de la derecha en alto, como si estuviera al frente de un régimen carcelero. Así­ de gráfico y probable.

Lo evidente es que con esa nominación la GANA puede llegar a situarse como tercera fuerza si es que el PAN no se alí­a con los Unionistas o con el Patriota. De ser así­, la decisión oficial acordada en Casa Presidencial, en cierta forma, descompone el cuadro definido por quienes hasta el miércoles pasado consideraban que la «disputa» en una segunda vuelta se podrí­a dar entre la UNE y el PP.

La «nueva» situación que se crearí­a es que ?a partir del 14 de enero de 2008? o «gobernarí­a» un presidente indeciso, falto de carácter, fácilmente influenciable y sin liderazgo o el candidato de la «mano dura» o un presidenciable impuesto por el oficialismo en cuya hoja de vida ?como se dice ahora? destaca haber estado al frente del operativo de recuperación de Pavón y que, por cierto, han empezado a aparecer indicios de que se pudo haber tratado de la ejecución extrajudicial de los siete principales capos que se sabí­a que tení­an el control de una de las cárceles de mayor seguridad en el paí­s.

Lo anterior está por comprobarse. En todo caso, juega en contra de la precandidatura de quien ni siquiera ha logrado que se le elija como alcalde de la capital y que no es conocido en el interior del paí­s. Hay, por supuesto, factores que juegan a su favor. Se dice, por ejemplo, que el nominado encabezarí­a una fuerza con una maquinaria electoral oficial bien «aceitada».

En tales condiciones, no hay que descartar el riesgo de un fraude electoral. Al parecer, se estarí­an creando condiciones para ello. Como quedó el presupuesto, es una muy mala seña. Y, de ocurrir, serí­a el detonante que vendrí­a a precipitar el principio del fin del último eslabón de la cadena de gobiernos conservadores y neoliberales.

Tampoco resulta infundado advertir que se pudiera repetir lo sucedido el 23 de marzo de 1982 o el 25 de mayo de 1993. Ello hay que tenerlo en cuenta y prepararse para que no resulte siendo una sorpresa más como las anteriormente desaprovechadas.

Tengo en cuenta que en un momento así­, en pocos dí­as, se podrí­a avanzar lo que en tiempos de relativa calma se necesitan años para lograrlo.

Sin embargo, no parecen estar configurados los componentes subjetivos para que el movimiento social y popular llegue a imprimirle un rumbo propio a la situación, y que la pulverizada cúpula de la izquierda guatemalteca ?atrapada por su propio pasado del que no se puede desprender?, llegue a encabezar un desenlace favorable a los cambios de fondo que el paí­s necesita.

Son las bases revolucionarias las que tienen la palabra y decisión, salvo que los autonombrados «de arriba» se los niegue.