El juicio a Saddam Hussein y su ejecución despertó en mí reacciones contradictorias, no dudo de la mayoría de los crímenes que se le atribuyen incluyendo el uso de armas biológicas, tampoco de su afán por poseer armas no convencionales incluyendo aquí el enriquecimiento de uranio o plutonio para producir una bomba atómica; esto antes de la Guerra del Golfo de 1991. Largo tiempo creí en la pena de muerte, luego ya no fue así. De dos años a la fecha, ante el brutal estilo de la ola criminal revive en mí la ley antigua que traducida dice: No hagas a otro lo que no quieres para ti… Vuelvo a tener dudas al respecto.
Hussein desencadenó una guerra de ocho años contra Irán en la que usó armas químicas y biológicas. El otro de sus amenazados vecinos, Israel, tomando en cuenta la amenaza actuó sin dilación y sin misericordia, además de fortalecer su alianza de años con Estados Unidos. El 22 de marzo de 1990 el doctor Gerald Bull, físico canadiense, fue asesinado por un equipo del Mossad. Recibió cinco disparos y su muerte había sido aprobada por el primer ministro Yitzhak Shamir. El doctor Bull, experto en balística, trabajaba para Irak en un supercañón de 150 metros de largo que lanzaría un misil balístico con alcance de dos mil kilómetros y cuyas cabezas fueron diseñadas para transportar armas químicas y biológicas, Israel estaba a su alcance.
En esa guerra subterránea muchas veces se paga un costo alto. Las ejecuciones públicas en Oriente Medio son parte de su historia. El 18 de mayo de 1965, Eli Cohen, un hombre de Mossad que había pasado información estratégica en relación a los misiles de Siria y su emplazamiento, fue ejecutado en la Plaza El Marga en el centro de Damasco ante millones de televidentes.
Dando una mirada retrospectiva a ese fabuloso siglo XX comprobamos que es cierto aquello que la historia de la Humanidad es la Historia de sus guerras y en ellas los líderes han sido corresponsables de alguna manera, de esos llamados crímenes contra la humanidad, unos más otros menos, tanto del lado de los buenos como del de los malos.
En Ypres, Bélgica, el 22 de abril de 1915 una nube amarillo-verdosa se extendió entre los soldados aliados ante un avance de la infantería alemana provista con máscaras; era el gas mostaza o gas amarillo que causaba la muerte inminente con sensaciones de ahogo. Menos de un año después el mismo gas principió a ser usado por los ingleses en la Batalla del Somme. Ambos ejércitos habían tenido la autorización de sus principales líderes para esta acción criminal.
Guernica, cerca de Bilbao, fue bombardeada por la Legión Cóndor en abril de 1937 un día de mercado, una oleada de aviones cada veinte minutos durante tres horas, el resultado mil setecientos muertos. Fue responsabilidad de Hitler, pero no pudo estar ignorante el generalísimo Franco. Gí¶ring, en el juicio de Nuremberg aseguró que querían probar los efectos de las bombas en la moral de la población civil.
El 10 de marzo de 1945 las superfortalezas B-29 lanzaron el primer bombardeo masivo de baja altitud con bombas incendiarias y su objetivo era Tokio. Fue literalmente incinerada, murieron 100 mil civiles. El alto mando estadounidense lo había diseñado.
La brutalidad japonesa fue notoria desde un principio con toda la fuerza de su Código de honor el Bushido. Según éste, los prisioneros no merecían misericordia; durante la construcción del ferrocarril que une Rangún con Bangkok murieron cincuenta mil soldados aliados y doscientos cincuenta mil esclavos de los países vecinos. El general Yamashita, primer responsable, fue ahorcado en Tokio por crímenes de guerra en 1945. El presidente Truman autorizó el uso de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, apoyado por sus altos jefes militares, ante la mortandad tenida en Iwo Jima y Okinawa; en la primera isla no sobrevivió ni un solo soldado japonés, no concebían la rendición, murieron 23 mil hombres. En Okinawa 12 mil marines y 130 mil japoneses pagaron con su vida. En Hiroshima murieron 70 mil civiles el 6 de agosto de 1945 y otros 40 mil tres días más tarde en Nagasaki; entre ambas sumaron 240 mil heridos y muchos murieron más tarde como consecuencia.
En Europa la «solución final» de Hitler masacró a seis millones de judíos; Auschwitz, Trebinkla, Magdanek, Chelmno, Buchenwald y Bergen Weltzen, fueron los cementerios del holocausto. Dijo Eichmann al ser ahorcado que cien muertos era una catástrofe y seis millones eran una estadística. Stroop, comandante de Varsovia, telefoneó a Hitler después de haber matado a todos los habitantes del ghetto el verano de 1943, «el orden reina en Varsovia». En 1940 Stalin ordenó que todos los soldados profesionales de Polonia fueran ejecutados sumariamente, se contaron por miles.
Los líderes mundiales ?decíamos?, en más o en menos no están ajenos a crímenes contra la humanidad. Por eso pienso que cuando acusaban a aquella mujer y pedían lapidarla, Cristo escribía con una vara sobre la tierra y volviéndose dijo a sus acusadores: «Lance la primera piedra quien esté exento de culpa».