El pasado viernes por la noche en la Avenida Bolívar se produjo uno de los tantos asaltos que terminan en forma trágica. Un hombre caminaba por el sector cuando fue encañonado por desconocidos que le exigieron que les entregara todo su dinero. La víctima del asalto se apresuró a cumplir con las exigencias de los delincuentes y les entregó su aguinaldo que había cobrado ese mismo día. Tras ser despojado de sus pertenencias, creyó que todo había terminado y sintió alivio pese a que aún tenía el cañón de la pistola debajo de la garganta.
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Sin qué ni para qué, el maleante que lo tenía encañonado le soltó un tiro que le entró debajo de la boca y salió arriba de la cabeza, causándole la muerte en forma instantánea. Estadísticamente puede verse como un número más que viene a ser algo así como una mancha más al tigre en este mar de inseguridad y violencia que caracteriza a Guatemala. Como él, decenas de personas mueren semanalmente porque les roban un celular, porque les roban una billetera o simplemente porque le cayeron mal a algún marero o, como ahora dicen, a algún roquero.
El primer día del año, una niña de seis años salió de su casa a comprar pañales para su hermanito y nunca regresó. Tras una intensa búsqueda realizada por sus padres, localizaron el cadáver decapitado de la menor y con señas de haber sido brutalmente violada. Otra estadística que hubiera pasado inadvertida de no ser porque la comunidad se puso las pilas y trató de linchar a los dos roqueros que, según dijeron, bajo efecto de la droga habían cometido el atroz crimen.
Cuando uno ya no ve el caso como estadística, sino le pone nombre y apellido a las víctimas, tiene que reflexionar en que no fueron seres anónimos los muertos. En el primer caso, Sebastián Ajcavul López, de 26 años de edad, era el hombre que caminaba por la Avenida Bolívar con el aguinaldo entre la bolsa y la ilusión de llegar a su casa para compartir el fruto de su trabajo con su esposa y sus dos hijos, un varoncito y una mujercita. La sangre fría de un criminal hijo de mala madre no sólo segó su vida, sino que marcó para siempre la de esos otros tres seres humanos que no podrán olvidar la fatídica noche del 29 de diciembre del año 2006, cuando se produjo el asesinato cruel, inútil y absurdo de Sebastián.
Sebastián era primo de las dos empleadas que trabajan en nuestra casa y por ello supimos de la tragedia y nos conmovió de manera directa. Como él, fueron muchos los que no llegaron a celebrar el año nuevo porque algún criminal se encargó de acabar con su vida.
Evelyn Karina Isidro Velásquez fue la víctima de la violación y cruel tortura provocada por dos jovenzuelos que dicen ser roqueros y que consumen drogas. Milagrosamente se salvaron de morir linchados en el primer día del año, pero su víctima, esa niñita inocente que salió de su casa a comprar pañales, se convirtió en una de las primeras víctimas del 2007 y su muerte nos tiene que hacer reflexionar sobre esa sociedad salvaje que hemos creado y que no parecemos capaces de corregir. Anoche, cuando Elvia y Amy regresaron a la casa luego de haber velado y sepultado a su primo y comentamos la tragedia de Evelyn Karina, sentíamos esa rabia provocada por la impotencia que causa vivir en un país donde no hay justicia ni deseo de buscarla.
Una sociedad que pierde el elemental sentido de la justicia, en donde la ley nunca se aplica y donde los más pobres sufren más por su impotencia, no tiene norte ni sentido. Esa es la Guatemala que hemos creado y que debemos cambiar. La Guatemala indolente que no pone nombre ni apellido a la violencia, sino que la sigue viendo como una estadística más que escuchamos como oír llover.