Es deseable un 2007 sin dictaduras


Marco Tulio Trejo Paiz

Los pueblos amantes de la libertad y de los demás atributos de la genuina democracia claman en todo el mundo por desterrar para siempre las oprobiosas dictaduras.

¡Al infierno los dictadores!, parecen estar diciendo las grandes mayorí­as populares. Y es que, en realidad, los «ombres sin h» que insultantemente se imponen por la fuerza bruta individual o colectivamente contra la voluntad soberana de los pueblos, no debieron ni haber nacido, como dijo un ilustre ciudadano de gran trayectoria cí­vica ya desaparecido.

Hemos dicho en otras ocasiones, y no vacilamos en repetirlo hoy: Nos oponemos como a ultranza a todo tipo de dictadura, ya sea de derecha o de izquierda. Sólo los andrólatras fanatizados, embrutecidos, y los que han descendido al nivel de los burdéganos podrán asumir actitudes propias del turiferario como reptando cual lombrices de tierra a los pies de los torvos sayones de marras.

No olvidemos que aquí­, en este suelo centroamericano, tuvimos toda una serie de dictadores como Ubico, quien caminaba del brazo con sus pariguales Anastasio Somoza, de Nicaragua; Tiburcio Carí­as Andino, de Honduras; Maximiliano Hernández Martí­nez, de El Salvador, pero todos esos especí­menes del opresivo orden de cosas gobernaban de modo unipersonal; no se trataba de regí­menes gubernamentales de carácter colectivo, de la plebe, de esos que pretenden saltar fronteras con su mercancí­a.

En otro paí­ses latinoamericanos y del estuoso Caribe también se entronizaron otros «ombres sin h» in illo témpore. Casi por lo general eran de pasta castrense proclives al autoritarismo y a la comisión de actos de lesa humanidad.

Por de pronto, se han arraigado -mas no por ello dejan de ser susceptibles de transición al sistema democrático- dictaduras colectivas como las de China comunista. De Corea del Norte, de Vietnam, del utramontañismo terrorista, algunas otras de lejanas latitudes y, en nuestra América, está todaví­a en pie (¡todaví­a!…) la que montó a la soviética Fidel Castro en Cuba. En Venezuela aún se halla como en embrión la del histérico golpista Hugo Chávez (otro militronche que, al igual que Pinochet, debe merecer el calificativo de «traidor», muy a pesar de sus oficiosos apologistas que demagógicamente viven dando serenatas con el monocordio de la famosa «zurdada»)…

Todos los dictadores y tiranos han sido unos «matarifes» o carniceros consumados, pero entre los «campeones» está el de la ínsula Barataria (Cuba), al que sus decepcionados ex compañeros de la Sierra Maestra (no comunistas) como Camilo Cienfuegos, como Huber Matos y como tantos más, le dieron las espaldas al cortar por lo sano haciéndose a un lado.

Armando Valladares (uno de los sentenciados a 25 años de prisión), idealista de vocación democrática que, como tantos tontos útiles participó en la lucha castrista contra el impopular gobierno batistiano, en su libro titulado «Contra toda esperanza» que, dicho sea de paso, rápidamente circuló con alcance internacional, relata ví­vidamente el intenso dramatismo de la situación que han vivido miles y miles de cubanos y algunos extranjeros, opositores reales o supuestos, en las dantescas prisiones de La Cabaña, de El Morro, del Castillo de San Severino; en las de Matanzas, de La Campana, de Camagí¼ey, de la Isla de Pinos y de Oriente, entre otras, incluso en los campos de concentración y de trabajos forzados donde transcurre en condiciones infrahumanas la vida -una vida que no es vida- de los reos polí­ticos hacinados en sórdidas y estrechas ergástulas confundidos con verdaderas fieras del crimen común.

Valladares padeció todo un ví­a crucis 22 años (los «tribunales populares» lo condenaron a 25) para vegetar en las mazmorras y, a la vez, en muchos dí­as que se le eternizaban, sudando la gota amarga en un campo de concentración y de trabajos forzados.

Es de sugerir a los lectores de LA HORA tratar de hojear la obra de Valladares, que ni más ni menos es un «Yo acuso» contra la dictadura de Fidel Castro y su masa amaestrada. Los capí­tulos que versan en lo que hace a su detención, a La Cabaña, a la Muerte tras muerte, a El año del paredón, a la Isla de Pinos, a Suicidios y excrementos, a Las requisas, golpes y saqueo, Sobre un polvorí­n, Fusilamientos y rehabilitación, Pabellón de castigo, Trabajos forzados, Los desnudos, Una prisión nazi en el Caribe, El Combinado del Este y Campos de concentración y asesinatos, en especial, son unos de los capí­tulos de contenido escalofriante. Nos «estremecen»…

Por no tener banderí­as polí­ticas o, mejor dicho, banderí­as polí­tico-partidistas, como periodistas no comprometidos, no alquiladizos ni tornadizos, comentamos sólo de cuando en cuando -no sistemáticamente, porque no somos «discos rayados»- las realidades de realidades del campo internacional. Y, de acuerdo con nuestro modesto «leal saber y entender», juzgamos y comentamos al influjo de la inquietud propiamente de soldados del incomprendido y a ratos vapuleado Cuarto Poder, sin hacer gala de sabihondos ni de ser «doctus cum libro»…, aun cuando habitualmente vivimos devorando producción literaria no de ciertos currinches.

Otros mortales que han estado en las «entrañas del monstruo», como muchos que rompieron filas castristas o que simplemente con acuciosidad han observado las linduras del «paraí­so insular caribeño», también no se han andado con ambages ni reticencias para denunciar a escala mundial, a través del libro, de los periódicos y revistas, de la radio y de la televisión, objetiva y elocuentemente, la realidad de realidades de la era castrista que puede seguir prolongándose, al menos por algún «tiempito» más. Todo depende de los «imponderables»…

Si los muros de Cuba fueran sólidos, no lí­quidos, a los gobernantes, con los Castro al frente, los dejarí­an hablando solos y la isla serí­a a estas alturas del tiempo algo así­ como un desierto, como un cascarón vací­o, pues la masiva escurribanda hacia el exterior no se harí­a esperar. Ya pasaron buen trecho del piélago voraz y a la vez el techo celeste más de medo millón de cubanos que no soportaron el pesado clima imperante desde la entrada de 1959.

Y, como ya vamos «cabalgando» rápidamente a horcajadas en el 2007, que ha sido y sigue siendo motivo de toda una serie de pronósticos buenos y malos, deseamos a todos los guatemaltecos -nuestros hermanos- y a toda la gente de otras nacionalidades que convive con nosotros, que este nuevo escalón del tiempo sea de óptima y opima cosecha de éxitos con tranquilidad, seguridad, paz y las santas bendiciones del cielo, sin atroces dictaduras de todo género en las diferentes latitudes cercanas y lejanas.