Si la «paz» es tal en Guatemala o no, es cuestión de opiniones, dicen por ahí­. Para mí­, la paz es una utopí­a que no se construye ni se forja con apretones de manos, fotos para el recuerdo y firmas en tinta china. De que el proceso que se vivió para firmar el documento en 1996 es importante, no hay duda, como incuestionable es también que los puntos que en él se abordan son necesarios para la construcción de una patria como tal.

Pero patria, palabra compleja que encierra en este territorio a más de 12 millones de personas, no se construye así­ no más. La voluntad polí­tica es necesaria, pero también la educación de un pueblo, así­ como la búsqueda de la identidad y de la solidaridad. Pero, ¿cómo pedir estos valores a quienes tienen el estómago vací­o?

La pobreza es la base estructural de nuestros problemas, la gente tiene hambre (y también sed de justicia, pero esos son otros cinco centavos, ¿no sé si de quetzal o de dólar?), más aún en las áreas alejadas, lugares remotos en donde la gente trabaja aún cuando el sol no ha salido y continúa con luna o sin ella percibiendo apenas lo justo para comer o medio comer. Ni qué decir de la posibilidad de estudiar, cuando las escuelas son tan lejanas, tan escasas y tan pequeñas. La gente se muere de hambre, pero también por enfermedades prevenibles; la gente se muere porque no hay seguridad, porque la discriminación sigue ahí­, aquí­ y en todos lados, y se van de su tierra hacia otros lugares en donde pierden también lo poca identidad que les quedaba, la dignidad muchas veces, la vida también puede ser.

Allá, acá, en todos lados, los y las guatemaltecas «sobrevivimos», no hay tiempo ni espacio para nada más. í‰stos también son componentes de la paz, están dentro de los acuerdos dichos de otra forma y yo no veo que haya avances, aunque pasado mañana digan todo lo contrario y se vuelva fiesta lo que aún no pueda celebrarse, sin embargo, en la Catedral, todos se darán fraternalmente el abrazo de paz. Amén (así­ no sea?).