Hace dos años justamente publiqué un artículo que hoy resumo, por pura holgazanería, basado en el nórdico Santa Claus, quien ha ido desplazando al Niño Jesús en las esperanzas infantiles de Navidad.
Casi en todas partes aparece el viejo barrigón de las barbas blancas y la forzada risa, para delicia de los(as) niños(as) que esperan con ingenua ilusión su ubicua presencia la noche del 24 de diciembre.
Al margen del origen de Santa Claus, me surge una razonable duda acerca de la real existencia de tan sonrosada figura, a raíz de que mi paisano José Antonio de León investigó las hazañas que se le atribuyen, para llevar regalos a los infantes, y arribó a la conclusión de que es imposible que este personaje cumpla con su noble e intrépido cometido, por varias razones.
1-Ninguna especie conocida de reno puede volar; pero como existen alrededor de 300 mil especies de organismos vivos pendientes de clasificar por los científicos, siendo la mayoría insectos y gérmenes, no es posible descartar totalmente la posible existencia entre ellas del reno volador que, hasta ahora, sólo el panzudo personaje conoce cabalmente.
2- Hasta hace dos años, vivían aproximadamente dos mil millones de niños. Pero en vista de que a Santa Claus no le interesan los chicos musulmanes, hindúes, judíos y budistas, entre otros, la cifra se reduce a un 15 por ciento del total, lo que hace 378 millones de infantes.
Las estadísticas calculan una media de 3.5 niños por hogar, de suerte que suman cerca de 92 millones de familias que el barbudo debe visitar, además de suponer que en cada casa hay al menos un chico que se ha portado bien durante todo el año como para merecer regalos de Santa Claus.
3-Este mofletudo dispone de 31 horas durante la Nochebuena para realizar su trabajo, tomando en cuenta los diferentes husos horarios y la rotación de la Tierra, lo que supone 822.6 visitas por segundo. En cada hogar cristiano con un niño(a) bueno(a) este personaje cuenta con una milésima de segundo para estacionar su trineo, salir de éste, bajar por la chimenea o por los tejados, colocar los regalos bajo el árbol de Navidad, salir de la vivienda, subir al trineo y seguir su rumbo.
En la suposición de que en cada una de estas 92 millones de paradas esté distribuida uniformemente sobre la superficie de la Tierra, hay 1.2 metros entre casa y casa, lo que totaliza un recorrido de 110 millones de kilómetros. Sin contar con satisfacer sus necesidades fisiológicas.
Se deduce, entonces, que el trineo de Santa Claus se mueve a unos mil kilómetros por segundo, o sea tres mil veces más que la velocidad del sonido. El vehículo fabricado por el hombre que mayor velocidad ha alcanzado es la sonda espacial Ulises, que se mueve a unos miserables 43 kilómetros por segundo, mientras que un reno puede correr a una velocidad promedio de 24 kilómetros por hora.
4-La carga del trineo es otro elemento vital. En la hipótesis de que cada chico espere un regalo equivalente a una libra, el trineo transportaría alrededor de 321,300 toneladas de peso, sin contar con el voluminoso cuerpo del conductor.
En tierra, un reno no es capaz de transportar más de 150 kilos, y aunque el rumiante volador pudiera trasladar diez veces esa carga, se precisarían 214,200 de renos, lo que incrementaría la carga, sin contar con el peso del propio trineo, a aproximadamente 353,430 toneladas.
5- Ateniéndonos a investigaciones científicas, viajando a mil kilómetros por segundo, esas 353,430 toneladas crean una resistencia aerodinámica capaz de provocar el calentamiento de los renos, similar al que experimenta una nave especial a su ingreso a la atmósfera terrestre, de tal manera que la pareja de renos que vaya a la cabeza del tiro absorberá un trillón de julios de energía por segundo. Esto es, se incendiarían y consumirían casi al instante, quedando expuesta la pareja de renos que caminan (¿o vuelan?) en el segundo lugar.
Además, se originarían ondas sonoras ensordecedoras durante el proceso, de modo que el tiro de renos completo se vaporizaría en 4.26 milésimas de segundo. Santa Claus sufriría fuerzas centrífugas 17,500 veces superiores a la gravedad. Si este noble personaje pesara 120 kilos, sería aplastado contra la parte posterior del trineo con una fuerza de más de dos millones de kilos. No quedaría ni el menor asomo de un pelo de su barba.
COLOFí“N. Si Santa Claus existió alguna vez, actualmente no quedarían rastros de él, atenidos a los anteriores datos. Pero, por favor, amable lector, le sugiero que no se lo cuenten a los niños de su entorno, porque podrían ser falsos los resultados de la aún no comprobada investigación científica.
Y usted ya sabe cómo son de exagerados los científicos, como el venadólogo e inditiólogo Renhé Leyba, cuando entra en órbita sobre su petate ya deshilachado.