A diez años de la firma de los Acuerdos de Paz, es conveniente hacer un repaso serio y objetivo de sus alcances, de sus objetivos y de los logros que hasta la fecha se han materializado porque la comunidad internacional reconoció el proceso guatemalteco como ejemplar debido a que no se limitó a buscar un cese al fuego, sino que intentó abordar aquellos temas que podrían considerarse como factores que desencadenaron y alimentaron el conflicto.
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En efecto, en el caso de Guatemala se habló de la problemática agraria y se establecieron acuerdos sobre el tema; se planteó la cuestión de la identidad de los pueblos indígenas para enfrentar la cuestión de la diversidad cultural y étnica no como un problema sino como una riqueza de nuestro país; el tema económico y social fue abordado, por supuesto, entendiendo que tenía íntima relación con la construcción de una paz firme y duradera que tenía que tener sustento en un sistema menos excluyente y que ofreciera mejores oportunidades para todos; no quedaron al margen cuestiones como el papel del Ejército en una sociedad democrática, el esclarecimiento histórico, el fortalecimiento de la democracia y todo aquello que pudiera considerarse como factor de división e inestabilidad entre los guatemaltecos.
Pero cuando vamos a toda esa parte sustantiva vemos que muchos de los propósitos de los Acuerdos de Paz han quedado en simples aspiraciones recogidas en el marco de la negociación, pero sin posibilidad real de implementarlos en la práctica y ello hace que en muchos sentidos sea necesario relanzar ahora, diez años más tarde, el tema para que podamos iniciar un esfuerzo serio para que esa parte, la más importante, pueda encontrar acomodo en la agenda nacional para el futuro.
El cese al fuego no es poca cosa ni podemos menospreciar el hecho de que la ausencia de conflicto nos abre espacios para resolver nuestros problemas estructurales en un clima de comprensión y diálogo. Pero lo importante es avanzar y no engañarnos con cuantificaciones que son ficticias del avance de los acuerdos. En este tema no podemos hablar con propiedad de porcentajes porque estaríamos hablando de cuestiones disímiles que no se pueden medir con el mismo rasero ni con los mismos parámetros. La paz profunda, la paz verdadera y firme, tiene que estar basada en la justicia y eso nos recuerda que Juan Pablo II lo dijo cuando visitó Guatemala y lo repitió muchas veces por estas fechas, cuando la Iglesia Católica conmemora la Jornada Mundial de la Paz al finalizar el año.
Celebrar el décimo aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz implica ir mucho más allá de recordar el acto formal en el que fueron suscritos esos acuerdos. Nos obliga a asumir compromisos categóricos para darles vida y sustento en la realidad nacional que aún presenta demasiados temas que pueden ser preludio de nuevos conflictos si no tenemos la madurez y el entendimiento para comprender que toda paz será siempre frágil si no está acompañada de cambios en las condiciones sociales.
Podemos entretenernos ahora con festejos y recuerdo de los actores de ese proceso, pero lo que cuenta es cuán dispuestos estamos a hacer un relanzamiento de la temática para actualizarla. El tiempo discurre en contra nuestra porque si no actuamos con cierta diligencia, dejaremos que los problemas se escapen de control y se nos vaya de las manos la oportunidad. El aniversario de la firma de la paz nos obliga a hablar del tema y a reflexionar sobre lo hecho y lo pendiente por hacer y eso es lo que es en realidad crucial a estas alturas.