A juicio de entendidos en la materia, la especie forestal de especial particularidad, el pinabete, conforme al ritmo que van las cosas, a corto plazo corre peligro de extinción. Sobrados motivos hay para expresar a voz en cuello, lástima ese regalo natural.
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De verdad, nuestro país cuenta en determinadas regiones con dicha especie que llena de oxígeno, verdor y atractiva presencia esas tierras. Tal el caso patente del occidente y parte del altiplano mismo, donde es su crecimiento un auténtico prodigio y fortuna.
Justo por sus cualidades indiscutibles de ornato y aroma sin igual, su demanda sobrepasa cualquier cálculo, sin consideración alguna. Resulta desaforada esa apetencia por parte de infinidad de connacionales que olvidaron la tradición del nacimiento, substituido abruptamente.
Goza del gusto de considerables sectores poblacionales, léase diversos segmentos que igualan comportamientos precisamente con ocasión de instalar al árbol navideño. Santo y bueno se adhieran a esta conmemoración universal, pero no a costa de cometer arbolicidio del pinabete.
Significa entonces que en ese sentido muchísimas personas tienen la culpa que desaparezca de la faz de nuestra tierra amada la especie forestal de mérito, el pinabete. Es increíble, a última hora cómo la demanda aunque de ramillas termina con cuanta venta funciona.
Planificar, organizar y desarrollar campañas en defensa de la especie tantas veces mencionada, no faltan año con año de parte de autoridades competentes. Sin embargo, los controles fallan y siempre vemos dondequiera las ventas en sitios estratégicos en vísperas navideñas.
Mientras los guatemaltecos no depongan la costumbre foránea del árbol de Navidad, a título de antología absurda, además de la quema abundantísima de cohetillos y canchinflines, todo sigue arrasante. Las futuras generaciones ignorarán el pinabete que pasará a la historia.