Los pueblos se dan los gobiernos que merecen o, simplemente, los que de buena fe o con los pecados de la ingenuidad y de la irreflexión fueron favorecidos con los votos en las urnas… Eso no disuena, incuestionablemente, de realismo.
El conglomerado ciudadano de Venezuela acaba de concurrir a las urnas para elegir presidente por el próximo período, y es deseable que el que ya está sentado en el trono haya de actuar, sin exclusión alguna, a la mejor conveniencia de todo un pueblo con positivas realizaciones en la amplia dimensión del concepto.
A través de la TV y de otros medios de la prensa nacional seguimos algo de lo importante, hasta lo culminante, de la campaña político-electoral venezolana.
La pelea comicial fue protagonizada por Hugo Chávez -teatral, histérico y a ratos venático- y Manuel Rosales, de buen trabajo como gobernador del estado de Zulia, aparte de su meritoria obra en otras posiciones relevantes que ha desempeñado.
Chávez cantó victoria al haber arrasado en las urnas. Obtuvo abrumadora mayoría de votos, pero, como han denunciado los opositores, sus peones, que se desparramaron en toda la geografía del polarizado país austral mucho antes de las elecciones de alto coturno, anduvieron recogiendo firmas de obreros y campesinos, en especial, para comprometerlos a depositar los sufragios por Chávez bajo la amenaza de que, como quedaron bien identificados en las listas elaboradas «ad hoc», serían objeto de portazos en los dédalos de la burocracia o, si ya están adentro de ese inflado aparato, podrían ser puestos de patitas en la calle, además de no tener chance ocupacional en muchas empresas del sector privado.
Bueno…, gracias al continuismo reeleccionista, ya tiene otros largos días de mando y medro sin tasa Hugo Chávez, quien al igual que Castro respecto de Martí y el Che y Daniel Ortega con Sandino, explota como haciendo ojo pache la egregia figura de Simón Bolívar. Las tres son figuras que, para Chávez, Castro y Ortega, son meras antiguallas, apolilladas, porque ahora son ellos y sus compañeros de ruta los que cuentan política e ideológicamente, según están pensando o creyendo.
Evidentemente, Chávez se ha hecho de relativa popularidad porque autoritaria y calculadizamente, no sin demagogia, ha hecho algo -como es su obligación de gobernante- de lo mucho que necesitan los trabajadores urbanos y rurales que, en el gran cinturón de pobreza, han vivido en condiciones desastradas.
Eso sí, don Hugo seguirá afrontando serios problemas con fuerte oposición, así como con los países que no ven con buenos ojos su politiquería de inconfundible sello dictatorial izquierdista que, en el fondo, puede ser sólo de fachada con la pretensión de lograr estabilidad indefinida o «a tiempo completo» para satisfacer la vanidad y la desmedida ambición del lucro que posibilita el petróleo del chantaje…
Ha llegado la hora de que Chávez adopte, en la nueva jornada continuista, una política de relación internacional con la madurez y la eficacia del verdadero estadista, porque la que ha seguido hasta hoy podrá ser de un militronche dictatorial ebrio de poder, menos de estadista digno de buenas relaciones con el mundo exterior, incluso con los gobernantes sudamericanos que, hoy por hoy, de alguna manera, pueden ser considerados como de altos quilates, serios y responsables de las funciones que los pueblos les han confiado.