Mañana, en la catedral Metropolitana de Los Altos, se oficiará una misa solemne a las diez de la mañana en acción de gracias por las bodas de oro sacerdotales de monseñor Víctor Hugo Martínez Contreras, Arzobispo de Quetzaltenango y Totonicapán, por lo que la comunidad católica ha invitado a la celebración. Tengo el enorme placer y honra de considerarme amigo entrañable de monseñor Martínez, quien ha tenido gestos sumamente especiales conmigo y con mi familia, entre ellos una significativa epístola que le dirigió a José Carlos tras los sucesos que alteraron la paz en nuestras vidas.
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Habiendo ocupado los más importantes cargos dentro de la jerarquía eclesiástica del país y habiendo sido tres veces Presidente de la Conferencia Episcopal, además de muchas otras responsabilidades en el seno de ese cuerpo colegiado, impresiona esa mezcla de una enorme erudición y sabiduría con la gran sencillez que ha sido característica especial de la vida de monseñor Martínez, a quien le tocó ejercer su ministerio en tiempos de profunda crisis cuando tuvo que dirigir diócesis tan especiales como las de Huehuetenango y Quiché en los tiempos más duros del conflicto armado interno que segó miles de vidas y entre ellas, de manera muy especial, la de varios sacerdotes y laicos comprometidos que fueron víctimas de la represión. El mismo nombre de monseñor Martínez era frecuentemente incluido en los listados que se elaboraban de gente con reales o supuestos vínculos con la guerrilla y que, por esa razón, eran condenados por los escuadrones de la muerte que proliferaban en el país.
Es un obispo prolífico en sus mensajes a los fieles y uno encuentra en ellos desde orientaciones exactas sobre la dimensión del sacerdocio, hasta profundos mensajes relacionados con la justicia social implícita en el ejercicio de nuestra fe, pasando por el abordaje exacto y preciso de temas como la educación, la diversidad cultural y sobre todo el tema de la Enculturación de la fe con relación a los 500 años desde la evangelización que fue propiciada por la conquista.
Conozco y aprecio mucho a varios de los obispos de la Conferencia Episcopal de Guatemala y admiro su labor que resulta muchas veces incomprendida porque hay sectores en el país que quisieran una iglesia reducida al confesionario y a un púlpito en el que no se abordara jamás ningún tema terrenal. Una iglesia que sea, como decía Marx, una especie de opio para adormecer entre recomendaciones de resignación a un pueblo que sufre de injusticias que vulneran la dignidad intrínseca de todo ser humano. Y sé que monseñor Martínez es de los prelados que han acompañado al pueblo más pobre y más sufrido y que, como hijo de Dios, siente el compromiso de trabajar por esa grey de manera especial, ejerciendo una opción preferencial que no plantea el concepto de la lucha de clases, sino que se basa en la idea de la fraternidad necesaria entre todos los que nos consideramos hijos de Dios y por lo tanto hermanos.
Bonachón, dicharachero y especialmente humano, es de esas personalidades que nunca dejan de asombrarlo a uno porque reúne tal gama de cualidades que en cada encuentro, en cada plática, en cada comunicación, siempre nos sorprende con algo nuevo y especial.
Creo que la vida de monseñor Martínez tiene que ser más conocida y difundida porque es un ejemplo para este mundo en el que la desvalorización se magnifica y no atinamos a encontrarle el verdadero sentido a la vida. Un hombre tan alegre como firme y categórico, tan espiritual como conocedor del mundo y sus realidades, tan comprometido con Dios como con los hombres es ejemplo de cómo vivir nuestra fe. Y por eso, con el cariño fraterno del discípulo, me uno a las felicitaciones que mañana recibirá con creces y pido a Dios que le siga derramando sus bendiciones.