Del salario mí­nimo


Dos cuestiones previas relacionadas con el «salario mí­nimo». En primer lugar el artí­culo 101 constitucional establece que el trabajo es un derecho de la persona y una obligación social. En segundo lugar en el artí­culo siguiente en la literal f) se estipula la fijación periódica del salario mí­nimo de conformidad con la ley.

Walter del Cid

No voy a mencionar lo que dicta la ley, pues evidentemente, en este gobierno, de nuevo, tanto la Constitución Polí­tica de la República como la ley de la materia, han sido pisoteadas, inobservadas, incumplidas. En otras palabras. Les ha importado un comino o poca cosa.

Si así­ somos respectos de la obligación social (en ambos casos el destacado es mí­o), qué tanto podremos esperar de la obligatoriedad de las leyes.

Al «salario mí­nimo», quienes eufemí­sticamente se autodenominan «empleadores», lo han convertido en realidad en el «salario máximo». De tal suerte que a su saber y entender (por los continuados fracasos opino así­), la fijación del «salario mí­nimo» debe hacerse «por productividad», argumentan. Lo cual hace un verdadero absurdo, pues de hecho la fijación de cualquier remuneración por el cumplimiento de condiciones elementales, las mí­nimas ya está determinado por una productividad mí­nima, que ellos mismos establecen, es decir, el empleador.

Cualquier otro requerimiento obligarí­a a un incremento del salario, que deja de ser el «mí­nimo», o sea, si entendemos adecuadamente que este es el «piso salarial» y no el «techo» al que se debe aspirar y que es fijada (o debiera serlo) en la Comisión Nacional del Salario, que, repito, ha fracasado a todo lo largo de este «gobierno», entonces la cacareada «productividad» se verí­a como un aspecto que ?si fueran honestos los explotadores, perdón los «empleadores»- no lo utilizarí­an de escudo para impedir que así­ como se incrementa en todo el coste de la vida, también se incremente el ingreso mí­nimo por las mí­nimas tareas que cada empleo impone.

Si quienes comparecen ante esa Comisión, argumentaran bajo premisas verdaderas, talvez y solo talvez, tendrí­amos menos injusticia social. En consecuencia menos subempleo y hasta menos delincuencia. A pesar de que no todo delincuente es pobre, ni mucho menos ser pobre significa ser delincuente. Ello, en medio de una acentuada criminalización de la demanda social, que en este nuestro sufrido pueblo, al parecer siempre estará «satanizada», y por ello hay que oponerse, descalificarlos y destruirlos (a los representantes laborales). Por «empresarios» como ellos es que nos encontramos inmersos en el sumiso subdesarrollo del cual, aparentemente, no saldremos mientras ese sea el criterio hegemónico.