Lo que se aprende en la juventud difícilmente se olvida. Por aquellos días, ante el trabajo que desempeñaba, me vi forzado a estudiar sobre los accidentes, sus causas, condiciones, efectos y responsabilidades. El resto de mi vida nunca he dejado de lado la tremenda importancia que tienen en la vida personal y colectiva de los pueblos, por lo que cada vez que se me presenta la oportunidad acudo a esos conocimientos y experiencias.
Llevo rato de insistir sobre la imperiosa necesidad porque las autoridades y legisladores se percaten que por muchas leyes que existan, los índices de accidentalidad del tránsito de vehículos en Guatemala (también incendios, como el recientemente ocurrido en La Terminal) jamás van a evitarse mientras sigamos contando con entidades y activistas sin los conocimientos y experiencia necesarios en la materia, sean fuente de corrupción y que no pasen de hacer planes futuros, sin poner manos a la obra.
La alta peligrosidad de conducir vehículos automotores en calles y carreteras no se evitará mientras se crea que con emitir leyes prohibitivas o con sanciones cada vez más drásticas los conductores van a cumplirlas. Por ejemplo, ¿cuántos conductores respetan el límite de velocidad del Periférico y en tantos sitios más?; ¿no cualquier hijo de vecino se pone a vender artículos pirotécnicos en cualquier sitio, poniendo en serio peligro su vida y la de muchas personas y propiedades?
Contentarse con decir que una camioneta no estaba autorizada para cubrir determinada ruta, que no tenía los frenos en buenas condiciones o que el piloto conducía con la licencia vencida no resuelve el problema, lo mismo, cuando la Municipalidad simplemente aclara que un expendio de cohetes en La Terminal no estaba autorizado. Es urgente empezar a planificar y desarrollar programas que nos lleven a culturizar a la población en materia de prevención, desde el hogar, en la escuela y la universidad. Luego, también son las autoridades las llamadas a mantener campañas preventivas permanentes y desde ya, ponerse a supervisar y controlar permanentemente para así evitar el cometimiento de tantos actos y condiciones peligrosas.
No se puede ignorar que la corrupción imperante es causal importante de accidentes. ¿Cómo es posible que se siga con la práctica de comerciar certificados de buena visión, cuando no es cosa del otro mundo montar y organizar un sitio en donde se puedan practicar dichas pruebas por personas honorables y capaces, incluso gratuitamente? ¿Cómo es que se permite que nuestro flamante Departamento de Tránsito a estas alturas no haya podido realizar los exámenes psicotécnicos, prácticos y teóricos para saber con certeza quién es apto para manejar? No me cabe ninguna duda, no hay peor ciego que el que no quiere ver.