Federico Chopin: el espí­ritu de su tiempo (III)


Si en las columnas anteriores vimos a grandes rasgos la influencia social y biológica, que según afirmara el maestro Martí­nez Durán, fueron decisivas en la vida de Chopin, precisaremos ahora, un poco más, el espí­ritu de los tiempos que matizó con precisión la vida del genio polaco. Y este genio, cuya música es sublime e í­ntima, es un justo homenaje a Casiopea esposa dorada, en quien mis venas vací­an su sangre en sus ánforas élficas y en donde el llanto la designa aurora apasionada.

Celso Lara

Para entender mejor a Federico Chopin y su época, diremos que nació el mismo año que Schumann, coincidencia que acabará proyectándose en una serie de semejanzas en el aspecto de la estética. Ambos serán los genios indiscutibles del plano romántico, en tanto que los dos serán discretos cultivadores de la orquesta. El apellido francés alude a una adaptación del original polaco que parece llevó a cabo su abuelo, como vimos en la columna anterior. No obstante, el gusto francés dominará desde, su nacimiento, el hogar del compositor con un ambiente culto y refinado. El entorno polí­tico de Polonia durante los años de infancia le orientó decisivamente hacia una exaltación del nacionalismo; nacionalismo que por otra parte será en lo sucesivo constante de todo el perí­odo romántico.

El padre del compositor toma partido activo en las luchas de los primeros lustros del siglo, involucradas con las campañas de Napoleón, quien en 1807 independizó una parte del paí­s, creando el ducado de Varsovia. No obstante, los tratados de 1815 reintegraron el enclave al dominio de Rusia. Por otra parte, la década de 1820-1829, se corresponde a los años de formación del compositor que discurre decididamente en el campo especializado de la música. Los estudios tienen lugar de forma académica y sistemática en el Conservatorio de Varsovia. Experimenta ya la urgente necesidad romántica de viajar al extranjero. A las grandes convulsiones polí­ticas hay que sumar la explosión literaria y de las artes plásticas. Surge la ópera romántica con Donizetti, la novela histórica de Walter Scott, no sin recordar que ésta manifiesta a su vez iguales raí­ces de exaltación nacionalista. «Russland y Ludmila» de Pushkin o El Cazador Furtivo de Weber, como las obras de los Grimm, Manzoni o Ví­ctor Hugo, confluyen todas ellas bajo un mismo signo caracterí­stico. En el terreno de la plástica, España cuenta ya nada menos que con Goya, el primer pintor moderno. Hay pues una exaltación de los valores del pueblo y del alma nacional expuestos a través de un lenguaje expresionista.

Será pues, un perí­odo de desarrollo y plenitud la que signe la breve existencia de Chopin. Se instalará definitivamente en Parí­s, sin que regrese ya nunca más a su patria. Acallará sus nostalgias con los contactos que mantiene con los compatriotas residentes en la capital francesa, pero por otra parte priva del perfecto encaje de su personalidad tan destacada con los cenáculos intelectuales y aristocráticos. La primací­a de Viena está iniciando su declive, en tanto que Parí­s va conquistando poco a poco su posición en el centro de la cultura liberal occidental. Es ya un mosaico de músicos, pintores y literatos entre los que Chopin se siente muy confortablemente establecido. Su posición será curiosa puesto que se permite el orgullo de repudiar a los más indiscutibles, en tanto que recibirá influencias inesperadas de perrománticos de segunda fila.

Asimismo, la gran presencia en la vida de Chopin ha de ser la mujer. De la época inicial de Conservatorio se habla de su compañera Constanza Gladkowska. Más adelante, está a punto de casarse con Marí­a Wodzinski, y todaví­a se cita su amistad í­ntima con Delfina Potocka, como todas ellas, una artista. Pero la gran figura femenina de su vida habrá de ser la célebre George Sand, cuyas relaciones discurrieron intensamente y pletóricas de leyendas e interpretaciones contradictorias.

En parte le atribuyen influencias negativas en torno de su personalidad y en lo concerniente a su carrera; en parte destacan la decidida protección económica que ella ofreció al compositor y la posibilidad de aquellos largos perí­odos de descanso en su Villa de Nohant. Para unos, precipitó el curso de su dolencia pulmonar; para otros, por el contrario, le habrí­a detenido. En cualquier caso, el «mal romántico» extinguió su vida a la edad de trenita y nueve años. Finalmente, podemos afirmar que tanto el espí­ritu de su tiempo, como el desarrollo de las ideas sociales en su Polonia natal, rubricó la vida del compositor y virtuoso que veremos más adelante (Continuará).