Si bien es cierto que el presupuesto de ingresos, gastos e inversiones de la nación es una madeja difícil de desenredar, por su tamaño, complejidad y cantidad de dinero que representa, no se necesitan más que dos dedos de frente (y no cuatro como anda diciendo un precandidato presidencial) para entenderlo y encontrarle todo aquello que pueda ser útil para ir en busca del bien común, que al fin y al cabo es el objetivo fundamental de un Estado y desechar todo lo que no contribuya a alcanzarlo. ¿Se oye fácil verdad? Pero sé muy bien que se torna difícil cuando entran en juego todo tipo de obstáculos e intereses que distraen la analista para lograr su objetivo final.
La politiquería (hacer política de intrigas y bajezas) sigue siendo en Guatemala el peor de esos obstáculos para lograr nuestro progreso, lo que nos ha tocado ver los últimos días en todo su esplendor, cuando los partidos políticos sólo piensan en recortar partidas presupuestarias con el único propósito de evitar que el oficial las pueda utilizar en provecho de su campaña electoral o que, en el afán de lucirse con el mismo objetivo, se piense en dar prestaciones del tipo populista para sectores de la población, las que serían más efectivas a través de eficaces programas de salud y bienestar social.
Ejemplos abundan para explicar el equivocado sistema que se ha venido empleando para analizar el presupuesto y para muestra, valga uno que atañe a la seguridad ciudadana. ¿Cómo es posible que en una flamante democracia el primer mandatario por sus pistolas disponga (Acuerdo Gubernativo 516-2006) proporcionar protección a la esposa y a determinados parientes de quienes hayan desempeñado la Presidencia y la Vicepresidencia los cuatro años siguientes a la fecha de haber cesado en el cargo? No, no es que discuta la necesidad o no de hacerlo, sino el principio equivocado de administrar la cosa pública, porque haber hecho eso correspondía al Congreso, el que en legítima representación del pueblo pueda disponerlo o no, cuando de sobra sabemos todos que no hay suficientes policías, vehículos, equipos, materiales y demás recursos para que TODOS no sigamos siendo víctimas de la ola de violencia y delincuencia jamás vista.
Gobernar un país eficientemente no significa contar con dinero a manos llenas. Ahí está el caso de la crisis hospitalaria que no termina. De nada sirve asignarle cuantiosas partidas presupuestarias a ese rubro si no se le administra con eficacia, con sentido común y sobre todo, con el mejor espíritu de servir bien a la población. A propósito, la politiquería ha sido tan perjudicial para el país, que ni con la participación de grandes exponentes de la medicina ha sido posible abrir los servicios hospitalarios de par en par. ¿Cuándo vamos a aprender?