Ahora que en Guatemala reviven proyectos políticos surgidos del pastoreo religioso, con la mención de al menos dos pastores de las llamadas mega iglesias pensando en buscar la presidencia, es bueno reparar que históricamente las sociedades han tratado de protegerse de la manipulación que puede producirse desde el púlpito. No es casual que en su tiempo Marx dijera que la religión es el opio de los pueblos, puesto que hay formas de predicar la enseñanza religiosa que apuntan al adormecimiento de las conciencias para que los sacerdotes o pastores puedan ejercer un control absoluto de sus fieles.
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Tenemos hoy en día un ejemplo de cómo se puede engañar a la gente con la idea de la religión. Bush fue electo básicamente porque fue apoyado por la derecha religiosa de su país, fundamentalista y muy parecida a la que representan estas iglesias de «cristianos renacidos» que hoy nutren nuestro escenario político. Se trata, en teoría, de rescatar valores y de gobernar bajo un compromiso con las posiciones morales derivadas de la enseñanza de la religión, pero cuando vemos la forma en que Estados Unidos ha sufrido el efecto de ese tipo de gobierno medio teocrático, hay que poner todas las luces de alarma. El anterior canciller alemán dijo que el problema de Bush es que se cree tan iluminado que piensa que el mismo Dios es quien le dicta las medidas que va adoptando, incluyendo la guerra contra los «infieles» y contra esa convicción no caben razones ni argumentos.
Nosotros tuvimos ya dos experiencias de pastores gobernando al país y ambas fueron un fracaso tremendo. El primero de ellos fue Ríos Montt, convertido al protestantismo en un gesto de rebeldía luego de haber sido un militar auténticamente cachureco. Quiso convertir a la presidencia en púlpito y sermoneaba a la población semanalmente viendo paja en todos los ojos ajenos sin ver la viga en el propio, producto de la ambición, la vanidad, el propio endiosamiento y mostrando hacia su propia familia una tolerancia que no tenía con sus semejantes.
El otro caso fue el de Serrano, igualmente convencido de que su gobierno era producto de la misma profecía que ahora vuelven a pregonar. Dios lo iluminó, seguramente, para armarse con los confidenciales y luego para entrar en el pleito por dinero con el Congreso y con la Corte, lo que lo hizo dar el fracasado manotazo a la Constitución. Manotazo que no hubiera sido posible de no haber mediado esa idea de que atrás de él estaba el mismo Dios iluminando sus actos.
No es casualidad, por todo ello, que nuestras leyes prohíban la participación política de los ministros de cualquier religión o culto, aunque con las nuevas iglesias protestantes el problema está en que oficialmente sus pastores no son ministros de ni rosca porque hoy en día basta tener buena labia, habilidad para convencer a la gente y colocarse una Biblia bajo el brazo para ser ya un reconocido pastor, predicador, sanador y hasta profeta.
Creer que el país se compondrá cuando un religioso que predica valores llegue al poder es lo mismo que la idea de que si teníamos empresarios al frente todo iba a ir mejor. El problema no está en la profesión u oficio de quien nos gobierne, puesto que ya hemos probado de todo y con todos nos ha ido de la patada. Pero en el caso de los pastores la reincidencia nos sirvió para confirmar que eran puras babosadas que un pastor o un hombre de iglesia iba a ser mejor que un político. Ni Ríos Montt ni Serrano son buena carta de presentación, como no lo será Bush en el futuro de Estados Unidos, porque esos casos demuestran que Dios también es un objeto de manipulación por personas con pocos escrúpulos que usan su nombre para su propia gloria y para servir a su incontenible vanidad. Tanta como para creerse elegidos por Dios.