Una de las más tenaces enseñanzas de mi padre fue el sentido del agradecimiento. «El hombre que no es agradecido no vale nada» fue una de las frases que me acompañaron a lo largo de toda mi infancia y mi juventud. Mi papá la había aprendido de su padre y yo también he tratado de inculcar en mis hijos esa misma actitud. Siempre digo que cuando alguno de nosotros recibe un favor, queda en compromiso con quienes tienen gestos especiales con nosotros.
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Pero honestamente nunca como ahora me había sentido tan comprometido por el agradecimiento. Desde el viernes he recibido una cantidad abrumadora de mensajes y gestos de gente que muestra su solidaridad por lo que le ocurrió a mi hijo. En cuanto a los correos, los primeros que recibí los fui contestando, pero llegó un momento en que fue tal la cantidad que no pude hacerlo y por ello recurro a esta columna para manifestar a todos los amigos y a las personas que no conozco, pero que nos leen que me apabulla su solidario repudio a ese acto criminal.
Volví a oír de muchos amigos a los que les había perdido la pista y confirmé que es enorme la cantidad de gente que quiere que el país cambie. También pude comprobar la disposición a ayudar de muchos, entre ellos alguna gente con la que no he sido precisamente complaciente ni blando. Debo decir que según muchos funcionarios, el mismo Presidente de la República, a quien he criticado en muchas ocasiones, instruyó para que se le brindara a José Carlos toda la cooperación y ayuda en ese momento tan crítico de su vida.
En mi vida tengo mucho que agradecerle a mucha gente, pero en circunstancias especiales como las que nos han tocado vivir estos días y dada la magnitud del golpe sufrido por la familia y del riesgo para mi hijo y su familia, me abruman las expresiones amistosas e indignadas de tanta gente. Amigos que nos han ofrecido no sólo su mano amiga, sino que sitio para pernoctar, compañía para lo que haga falta o, como me dijo un viejo amigo, «yo sólo tengo una pistolita .38 corto, pero para lo que haga falta, estoy a las órdenes».
El sábado viajé al extranjero para encontrarme con la familia de mi hijo í“scar porque sus hijos tenían unos días disponibles por la celebración del Día de Gracias y ya en el avión pude sentir cómo gente que no conozco se mostraba indignada por el mensaje que significa para el país ese ataque. Porque lo que he visto es que se entiende que se trata de una advertencia para cualquier nuevo elemento que quiera hacer política en forma decente y que trate de cambiar las cosas. Posiblemente de manera impulsiva y muy romántica, pero cabalmente ello es uno de los aspectos que se valoran porque lo que nos sobra es tanta gente calculadora que no mueve un dedo más que después de haber visto cuál es el beneficio de su acción.
En fin, sirvan estas palabras para expresar mi comprometido agradecimiento. No creo que baste con decir gracias a tanta gente si ello significa apenas una cortesía. El agradecimiento, según la enseñanza que me dieron mi abuelo y mi padre, demanda compromiso porque es verdadera gratitud. Y hoy me siento terriblemente agradecido y eso significa que también siento un abrumador compromiso porque no puedo pasar por alto lo que significan en momentos como éste tantos gestos y actitudes.
Y cuando leo los comentarios de prensa publicados el sábado, ayer y hoy sobre este tema, me doy cuenta que cabalmente se valora esa inyección de juventud idealista en la actividad política. Inyección que, sigo con la duda, pareciera no servir de mucho en un medio que se encuentra copado de manera casi absoluta por elementos que se sienten afectados y amenazados por cualquier posibilidad de cambiar las prácticas tradicionales.