Rechazo al retorno del oprobioso pasado


Por razones personales, ayer en horas de la mañana habí­a escrito con anticipación el artí­culo que ocupa este espacio. Una vez concluida su redacción lo envié por medio del correo electrónico a la Redacción de La Hora, y me dispuse a hacer lo que tení­a previsto.

Eduardo Villatoro

Sin embargo, antes de dedicarme a lo que ocuparí­a mi interés ocupé algunos minutos para ingresar a mi buzón cibernético, un poco antes del mediodí­a, a fin de establecer si me habí­an enviado mensajes. Así­ fue. De una decena de correos electrónicos de inmediato me llamó la atención el remitido por mi amigo Ricardo Rosales Román, columnista de este vespertino, quien, sobradamente indignado, me informaba que el periodista José Carlos Marroquí­n, coordinador de la campaña electoral del precandidato presidencial de la Unión Nacional de la Esperanza, ingeniero ílvaro Colom, habí­a sido objeto de un atentado.

En ese momento llamé telefónicamente a Oscar Clemente, para determinar el estado de salud de su hijo. Afortunadamente el artero ataque perpetrado en horas de la madrugada de ayer no provocó ví­ctimas personales, de manera que José Carlos y su familia resultaron ilesos.

Por las circunstancias como ocurrió el atentado se podrí­a suponer que la acometida no tení­a el deliberado propósito de causarle la muerte al joven y talentoso periodista devenido en dirigente polí­tico, sino más bien pareciera que el objetivo consistiese en sembrar temor y causarle incertidumbre a José Carlos, así­ como enviar un cobarde mensaje al mismo colaborador de Colom y al propio aspirante presidencial, lo que no significa que el ataque con metralla y bombas molotov no sea objeto de investigación de parte de las fuerzas de seguridad del Estado, algo que resultarí­a impropio de exigir conforme las condiciones prevalecientes.

Cuando hace varios meses, cuya fecha no logro precisar, me percaté de que el nombre de José Carlos ya no figuraba en el directorio de La Hora y luego de varios dí­as de ausencia de sus artí­culos, conjeturé a solas acerca de ese repentino silencio. Para no darle motivos a descabelladas ideas opté por llamar a Oscar Clemente, quien prestamente eliminó las dudas que flotaban en mi pensamiento.

Posteriormente, el presidente del Consejo de Administración del vespertino, en su habitual columna, dio a conocer públicamente lo que me habí­a confiado en forma amistosa, en el sentido de que, como ustedes también se enteraron, en Guatemala es posible participar en polí­tica sin mancharse las manos ni corromper los ideales.

También pude colegir de las palabras de Oscar Clemente y ?siendo un tanto infidente? de la conversación que sostuve con José Carlos, que habí­a aceptado la invitación de participar en la UNE, con la condición de que el partido y su precandidato no se prestaran a sucias maniobras ni a aceptar presiones nefastas, externas o internas.

Esos requisitos se han cumplido y probablemente esa vertical posición de José Carlos le ha granjeado enemigos, de suerte que una de las hipótesis que se podrí­a plantear en torno al atentado de ayer en la madrugada, es que los autores intelectuales (¡!) y materiales de la agresión podrí­an ser quienes no han podido penetrar en las filas de la UNE o de sujetos desplazados de posiciones de mando.

Por supuesto que lo expuesto lí­neas atrás, como la palabra lo indica, no es más que una especulación, porque también podrí­a ser que la furiosa acometida tenga su origen en otros partidos polí­ticos o grupos de presión que anticipadamente dan por descontado el triunfo electoral de Colom.

Sea como fuere, es decir, provenga de donde proceda el ataque intimidatorio, debe ser enérgicamente condenado y rechazado por todos los sectores sociales y económicos; pero especialmente por los dirigentes de la totalidad de las organizaciones polí­ticas, que también deben convenir en que las campañas proselitistas se realicen en un marco de respeto mutuo, sin agresiones verbales ni ataques violentos, para intentar rescatar la actividad polí­tica del fango en que ha caí­do.

No es posible que a estas alturas, al aproximarse la celebración de la firma de los Acuerdos de Paz que pusieron fin al trágico y extenso conflicto armado interno, Guatemala retorne al oprobioso pasado, cuando los opositores polí­ticos de los gobiernos autoritarios eran perseguidos, acosados, torturados y ejecutados.

El atentado en contra de José Carlos cobra dimensiones más graves aún, porque está dirigido contra un joven ciudadano que, al contrario de la mayorí­a de hombres y mujeres de edad juvenil que no quieren saber nada de polí­tica, él decidió poner al servicio de un partido su capacidad y honestidad, en el afán de consagrar el ejercicio democrático como el mejor instrumento para alcanzar el bienestar de los guatemaltecos, básicamente de los grupos menos afortunados.

(Mi amigo Romualdo le reitera a José Carlos las palabras de Santiago Ramón y Cajal: ¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?)