En todo sentido. Por eso mismo tal función necesaria de ejercer un control riguroso en muchas acciones ya pasó a la historia en nuestro medio. El resultado está a la vista, genera en efecto un total desorden.
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Ante este panorama irregular, existe un verdadero paraíso para quienes se burlan de las normas establecidas, hoy mera letra muerta. A extremo de hacer lo que les da la gana. Ejemplos abundan, pero sólo tomo uno.
El crecimiento acelerado capitalino lo propicia. Pequeños y medianos expendios de bebidas alcohólicas no cumplen con los requisitos básicos, al menos. De esa cuenta proliferan dondequiera muy campantes, verdaderos tugurios.
Carecen de servicios sanitarios y por lo tanto los consumidores habituales u ocasionales, convierten paredes exteriores del negocio y postes en general en orinaderos y algo peor. Tampoco escapan aceras cercanas y la vía pública.
Sin ánimo de pontificar, puesto que la moral anda por los suelos, el caso es repulsivo, antihigiénico y además contrario al ornato como la salud colectiva. Para transeúntes femeninos y niños esto representa un molesto y deprimente espectáculo.
Las disquisiciones hechas en torno al embarazoso problema quedan libres de la debida aplicación de las leyes y reglamentos pertinentes. De consiguiente, se ha vuelto común y corriente en medio del relajo imperante.
¿Cómo los ministerios de Salud, Gobernación y la Departamental permiten esa constante que escapa a todo control? ¿O por el contrario, con tal de que tributen en Finanzas y/o a la SAT, omiten el control correspondiente?