Torremolinos


En un quí­tame allá, pasaron las semanas, los meses y a nuestro retorno al siguiente verano nos encontramos que aquel pueblecillo que era la finca de doña Carlota Melgar, suegra del gran escritor Edgar Neville, ya era una playa de moda en donde empezaron a surgir los hoteles de varias estrellas, entre ellos el mejor el Pez Espada, edificado por malagueños que supieron reconocer que tení­an unas playas a todo dar, con un mar transparente tibio y nada peligroso, vamos que no era el temible Pací­fico, sino un Mediterráneo azul y calmado, donde se podí­a esquiar casi como en un lago. Su clima fenomenal, un sol brillante y generoso que nos tostaba dándonos un color precioso, y unas gentes con el ángel andaluz y su folclore gitano para deleitarnos en las noches que más parecí­an tropicales, claro enfrente estábamos de Marruecos.

Marí­a Arzú

Y qué decir del ex ministro de Turismo de apellido Esteban, que con unos cuantos socios destrozó en pos del negocio este pueblo, al lado de su bella plaza edificaron inmensos edificios, que hubiesen sido mejor para una urbe capitalina que para el pueblo andaluz que tení­a tanto encanto. Claro a los extranjeros les encantaba tener modernos edificios modernos que no casita rurales, más originales y bellas que le daban color a la Andalucí­a de la época, blancas de cal y sus tiestos de geranios de diferentes colores. Naturalmente los edificios les quitaron su encanto, pero trajeron miles de turistas europeos a emborracharse con el brandy Fundador de las bodegas Domecq o las de Osborne o los Terry.

Ellos encantados de cómo corrí­a el dinero por doquier y que salvó a España, de la ruina en que habí­a quedado después de la terrible guerra civil de casi tres años, era la España que decí­an no pertenecí­an a Europa sino al ífrica. Más con su slogan de «SPAIN IS DIFFERENT» y vaya si lo era, no habí­an visto corridas de toros, ni bailar a los gitanos de la provincia, ni poder obtener balandros para pasear sus amores por cuatro perras y emborracharse por dos centavos de sus monedas suecas, danesas, alemanas o francesas. Ya apenas se oí­a el español, pero aún nos quedaban nuestros bares, nuestras playas e ir a pescar, qué delicia habí­a mucha pesca hasta que al descubrieron con sus modernas botellas de oxí­geno, mientras que nosotros atrasados lo hací­amos a pleno pulmón, éramos todos solteros pero casi todos enamorados, una pandilla divertidí­sima y alegre, se nos habí­a borrado todo lo que habí­amos pasado en los años anteriores.

Por ejemplo, ya andaba algo como enloquecida por un torerazo, Pepe Dominguí­n, ambos tení­amos 16 años, pero nos amábamos, nos agarrábamos de la mano y paseábamos por la playa mirando a la luna y haciendo planes para el futuro, aunque no sabí­amos entonces que ese futuro vendrí­a hasta el final de nuestra vida, pero doy gracias a Dios de esos 14 años finales los cuales disfrutamos como cuando éramos chiquillos.