Bauer Paiz, decencia e ideologí­a


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El domingo 10 de julio, aproximadamente a las 8 de la noche, dejó de existir Alfonso Bauer Paiz, uno de los grandes próceres de la Guatemala del siglo XX. Me enteré casi inmediatamente de la noticia en el autobús que me llevaba de la ciudad de Puebla al Aeropuerto de la ciudad de México. En medio de la oscuridad y con mi pequeño hijo al lado, pensé en el gran legado moral que deja Alfonso Bauer Paiz. Poncho es una de las grandes personificaciones de lo que Max Weber alguna vez llamó la ética de las convicciones. No en balde, la vinculación de la ética con la polí­tica fue una de sus grandes preocupaciones académicas.

Carlos Figueroa Ibarra

 


Murió Poncho como vivió. Luchando hasta el último momento. La muerte no lo venció sino después de  casi tres meses de estarlo asediando. Pero está escrito que cada uno de nosotros tiene que  cumplir ineluctablemente con su ciclo vital. Ahora que Poncho ha entrado a la historia los que nos quedamos vivos lo haremos seguir viviendo si  reflexionamos sobre su legado. Este tiene que ver con su convicción en el derrotero independiente y soberano de Guatemala como nación  y no como una república bananera. Tiene que ver con la dignificación de los pobres del campo y de las ciudades y no con su abatimiento en medio de la miseria.

Tiene que ver también con el anhelo de una democracia inclusiva y participativa y no con una democracia de bají­sima calidad y manipulada por una minorí­a privilegiada. Pero su gran  legado, el que deben asumir las nuevas generaciones de guatemaltecos y guatemaltecas que tienen hoy similares preocupaciones, es la inmensa honestidad, rectitud, apego a las convicciones que siempre expresó Alfonso Bauer Paiz. Nacido en el seno de una familia de clase media acomodada y con los ví­nculos sociales adecuados, Poncho pudo  haber terminado su vida como un abogado viviendo de la manera más acomodada. En lugar de ello murió en una de las salas del IGSS y en medio de la precariedad económica.

Al repasar la vida de Bauer Paiz con la ayuda de los recuerdos comunes que me da el hecho de que él y su esposa Miriam fueron amigos de mis padres, mi conclusión es que en el caso de Poncho la decencia y la ideologí­a fueron congruentes. Poncho vivió su vida como pensó al mundo. Sus decires y sus haceres fueron perfectamente congruentes. Pero también concluyo que la decencia no es propiedad de ninguna ideologí­a. En el momento en que fue despedido ignominiosamente por las autoridades de la Facultad de Ciencias Económicas de la USAC de su cargo como investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, salvo la investigadora Mara Polanco, yo no vi ninguna otra voz del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales que vigorosamente se alzara contra la arbitrariedad de que era objeto ese hombre extraordinario.

 Mientras era atropellado por los pigmeos que lo rodeaban y el jefe de esos pigmeos decí­a que el IIES no deberí­a ser “un asilo de ancianos”, no vi ninguna acción colectiva de sus colegas que se solidarizara con él. Y en el IIES hay académicos que se precian de ser de izquierda. Cuando se debatí­a entre la vida y la muerte en el IGSS, el embajador de los Estados Unidos de América, Stephen MacFarland, se abocó con Miriam Colón de Bauer Paiz y le expresó su total solidaridad. Fácil es pensar que el embajador MacFarland sabí­a muy bien lo que pensaba Poncho de los Estados Unidos de América. Repito, la decencia no tiene ideologí­a.

Por fortuna mi buen amigo, Adrián Zapata, Director del Instituto de Problemas Nacionales de la USAC le propuso al rector Estuardo Gálvez una salida que este aceptó inmediatamente. Uno de los  asesores del Rector Gálvez, el ingeniero ílvaro Folgar, también  coadyuvó en  darle esta salida al atropello que habí­a sufrido Alfonso Bauer Paiz. Así­ las cosas, Poncho participó todaví­a un breve tiempo en las actividades de ese Instituto que se dignifica por los mismos motivos por los cuales el IIES queda indeleblemente manchado. Le dio así­ continuidad en sus últimos dí­as, a la ética laboral que siempre le acompañó. Esta ética laboral que le hizo estar preocupado  aun en la cama del IGSS donde yací­a, por no poder cumplir con su columna semanal en el periódico La Hora.

La decencia, la rectitud, la congruencia en efecto no tiene ideologí­a. Una persona de izquierda puede ser un bribón y alguien de la derecha puede actuar con una gran ética. Y esto se puede decir también a la inversa.  En el caso de Alfonso Bauer Paiz, su pensamiento de izquierda marcó para siempre una honradez paradigmática, una lucha indeclinable y una austeridad ejemplar.

Ojalá Alfonso Bauer Paiz renazca en las nuevas generaciones. Guatemala lo necesita y lo merece.