Los ideales (aunque absurdos) no mueren


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El Caso Noruega puede ser interpretado de muchos modos distintos: la vuelta al fundamentalismo, la irracionalidad posmoderna, el fanatismo religioso, la locura… Mucha tinta gastarán los periódicos tratando de analizar el comportamiento del joven de 32 años, Anders Behring Breivik, que terminó la vida con 96 compatriotas de una manera burda y eficaz.

Eduardo Blandón

 


Por lo que a mí­ respecta, pienso que puede observarse semejante acto radical como la llamada de atención de que los ideales juveniles todaví­a perviven y eventualmente hacen gala de forma atroz y espeluznante.  Sí­, son ideales obtusos y ciegos, pero es que así­ se presenta el í­mpetu en esos años de desequilibrios vitales.  En la juventud todo es extremo.

Si no recordemos a nuestros guerrilleros de antaño.  Basta leer ligeramente sus biografí­as para darse cuenta que los muchachos estaban infatuados, inflamados de un amor ilimitado que los llevó a la montaña (o la ciudad) para morir como héroes, dando la vida, según ellos por la realización de un mundo nuevo.  Un sueño bastante desmesurado, enfermizo, irreal que les terminó cuando “maduraron”.

El mejor ejemplo lo tiene en ese señor diputado llamado juvenilmente “Comandante Pancho”.  En su librejo, muy mal escrito por cierto, “Sierra Madre. Pasajes y perfiles de la guerra revolucionaria”, habla de esos años de ensueño en el que conducido por altos ideales revolucionarios se determinó por la lucha armada y combatió como un héroe sin par.  Así­ se pintó por lo menos en su texto, imaginándose Rambo y culpando a otros de sus fracasos.

Pues bien, nuestro icono revolucionario “maduró” con los años y ahora lo tenemos como un vulgar diputado siempre dispuesto a vender su alma al diablo por continuar en el hueso y vivir del erario público.  Ahora sí­, muy humano, demasiado humano, bastante impenitente, grosero y tosco, como somos la mayorí­a de los mortales.  En la lejaní­a quedó el revolucionario que admiraba a su hermano y deseaba ser la mí­mesis del Che Guevara.

Entendámonos.  Una cosa fue la lucha armada de nuestros guerrilleros que tení­an causas legí­timas para tomar decisiones valientes, otra es la ilusión obsesiva de Anders Behring Breivik que ve como amenaza el mundo islámico.  Cierto, hay diferencias enormes.  En lo que observo similitud, es en la radicalidad de sus decisiones que tienen que ver con cierta dosis de ensoñación juvenil.  Aquí­ es donde puede percibirse la equivalencia.
Mi intención es hacer obvio que los ideales (que algunos creen desaparecidos después del Mayo del 68 o poco después), aún aparecen de manera extrema en cualquier parte del mundo.  Y de ese í­mpetu juvenil se aprovechan los viejos ideólogos para hacer realidad un mundo que sólo existe más allá del cielo –en el hiperuráneo-.

Esos sueños que produce la mente (hoy quizá explicada por la neurociencia a causa de algún desorden hormonal o quí­mico) es la misma que lleva a algunos de nuestros patojos a enrolarse en la organización de “camisas blancas” o hasta soñar con algún puesto en la estructura de Estado para cambiar el mundo.  Como decí­a al inicio, de los jóvenes se puede esperar muchas cosas, incluso ponerse bombas para hacerse estallar en un mercado público.