Un candidato que derrocha dinero en una campaña política es sospechoso por principio. Peligroso por diferentes razones: por sus patrocinadores, su obsesión al poder, su megalomanía y hasta por falta de virtud al aparecer como imprudente y botarate.
Es lo que pienso cada vez que veo por la ciudad la excesiva propaganda del patojo llamado Alejandro Sinibaldi. Su contaminación propagandística viene desde hace mucho tiempo atrás. Sus viajes a otros países como Brasil y Colombia son ya de antología. Sus deseos por fotografiarse con políticos internacionales son obsesivos. O sea, que el patojo transmite una ilusión desproporcionada por ser Alcalde de la ciudad que debería preocupar a los electores.
El niño parece querer la satisfacción de un capricho. Y la ilusión lo tiene empeñado. Se enfoca en su propósito y no da tregua por conseguir su juguete. Y, claro, como parece que tiene dinero, pues se lo gasta. No importa que sea de esos candidatos absurdos para asentamientos y proyectos populares: él jura que será un buen alcalde.
Estos patojos que buscan la alcaldía de la ciudad son todos hijos del sátrapa Arzú: blanquitos, educaditos, pulcros y de buenos modales (educados, de plano, por Barney). Por eso es que no hablan de cambios profundos en la Municipalidad, sino de relevo y continuidad. Imposible matar al padre (y esto es metáfora, por favor). Nadie debe esperar cosas mejores de estos niños salidos de escuelas privadas y hogares costosos.
Pero Alejandro Sinibaldi dicen que la Muni no le satisface plenamente y que lo buscado directamente en el futuro es la Presidencia. Por eso es que trabaja con pasión para alcanzar paso a paso su propósito (educado al mejor estilo por Stephen Covey y John Maxwell). Y tiene las campañas típicas de un hijo de papi: con mucha fotografía, discursos vacíos y promesas superficiales. O sea, un candidato “lightâ€, para un país que en su mente compite con Disney.
Un candidato así no es mejor opción que don Sátrapa Arzú. Si se trata de “retomar el camino†y buscar la continuidad y el “relevoâ€, mejor cerrar la tienda y ponerse a llorar. Al Alejandrito hay que recordarle que a la par del dinero son urgentes las ideas y eso es lo que se extraña en sus apariciones públicas. Por otro lado su equipo es de pacotilla. Son caras conocidas cuyos brillos son escasos. Políticos típicos carentes de discurso y obras. Eso sí, muy dispuestos a rendirle pleitesía a quien tiene dinero, esto es, a Alejandro el exiguo.
Lo peligroso, como decía al principio, es que esta obsesión por llegar al poder lo involucre con actores sombríos de capital desconocido y dudoso. Porque hay que reconocer que es mucho dinero el que anda por la calle y se ve por la televisión. Este tipo de padrinazgo es tenebroso y podría ser explosivo en la ciudad que se pretende gobernar. Alejandro Sinibaldi debería empezar a practicar la sobriedad y demostrarnos que no es un muchacho díscolo, sino un adulto atemperado y frugal.
Si empieza a cambiar de actitud, yo votaría por él, pero en unos 20 años.