Fiesta del Aid se volvió sangre, llanto y luto


El Aid al Adha, la principal fiesta musulmana, que reúne a las familias en la alegrí­a, se transformó hoy en una tragedia de sangre, llanto y luto en Charsadda (noroeste de Pakistán) donde un kamikaze se hizo estallar en medio de la plegaria colectiva causando la muerte a 50 personas.


«Perdí­ a mis dos hermanos», se lamenta Jehangir Khan, que se lleva las manos a la cabeza y se arrodilla sobre un suelo manchado de sangre en medio del patio que serví­a de sala de oraciones. Y es que el millar de fieles que acudieron a la fiesta no cabí­an todos en la pequeña sala de la mezquita.

Pese al dolor, Jehangir ayudó a los socorristas y retiró de la mezquita los cuerpos mutilados de seis niños.

Este atentado suicida se suma a una oleada sin precedentes de ataques perpetrados en Pakistán por los fundamentalistas afines a Al Qaida y a los talibanes afganos, en la que ya murieron más de 760 personas en 2007.

Esta vez el blanco era un polí­tico local, Aftab Sherpao, que hace poco más de un mes era todaví­a ministro de Interior del presidente Pervez Musharraf y, a ese tí­tulo, uno de los artí­fices de las más encarnizada lucha contra los terroristas islamistas.

Las mujeres gritaban y se golpeaban el pecho en señal de dolor a medida que los cadáveres mutilados de sus familiares eran sacados de la mezquita, situada en las dependencias de la residencia familiar de Sherpao.

El ex ministro de Interior ya habí­a resultado levemente herido hace ocho meses en esa misma localidad, Charsadda (noroeste), en un atentado suicida que mató a 28 personas.

La explosión, que no hirió a Sherpao pero sí­ a uno de sus hijos, fue tan violenta que arrancó las puertas y las ventanas de la mezquita. Pedazos de carne y miembros yací­an en los alrededores horas después del drama, entre los zapatos que los fieles habí­an dejado en el exterior.

«Es como si hubiesen rociado el lugar con decenas de litros de sangre», afirma Ghuncha Gul, un oficial de la policí­a de Charsadda, todaví­a conmocionado por la magnitud de la tragedia.

El Aid al Adha, la «fiesta del sacrificio», no dio siquiera lugar al sacrificio ritual de corderos o cabras en el pueblo, que debí­a realizarse después de la gran oración.

En lugar de compartir la carne con la familia y los vecinos, las habitantes recorrí­an las casas durante la tarde para intentar consolar a los que perdieron a sus seres queridos.

Fue en el momento en que los creyentes se inclinan cuando el imán de la mezquita pronuncia la fórmula ritual «Alá es el más grande», el momento más fuerte de la plegaria, cuando el kamikaze hizo estallar la bomba que llevaba sobre sí­, entre cientos de fieles, explica uno de ellos, Jangrez Khan.

Varias horas después del drama, las ambulancias continuaban sus idas y venidas, transportando a los numerosos heridos hacia los hospitales de la región.

«Fue una explosión extremadamente violenta», afirma.