Mujeres al poder, una tendencia mundial


Cristina Fernández (I) y Michelle Bachelet (D), dos presidentas de Sudamérica.

La presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, se convirtió en la segunda de Sudamérica después de Michelle Bachelet, de Chile, dentro del número cada vez mayor de féminas que gobiernan algún paí­s en el mundo.


«La clave de esta transformación mundial y en general de este momento histórico en todos los paí­ses es el mayor reconocimiento de los derechos humanos», dijo a Xinhua la directora del Instituto de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires, Dora Barrancos.

«Todos los paí­ses de alguna manera han sufrido estos cambios y el trabajo de las mujeres ha contribuido a que en cada paí­s se reconozcan sus derechos».

Cuando una mujer accede al poder, ella es sometida a un examen más serio, detallado e insolente que si fuera hombre.

Según la encuestadora estadounidense «YouGov», las mujeres gozan de pocas oportunidades en polí­tica y los datos sugieren que los votantes «se resisten a que las mujeres asuman el liderazgo».

«Desde el momento que una mujer es presidenta debe afrontar si está peinada o no, si la ropa que se compra es tal o cual marca, y por otra parte, debe sufrir una exposición permanente de su vida privada», afirmó Barrancos.

Por otra parte, «si está nerviosa, si grita de más es una cuestión de mujer, mientras que si es un hombre es algo que denota vigor».

La canciller de Alemania, Angela Merkel, y la aspirante a la candidatura presidencial demócrata de Estados Unidos, Hillary Clinton, tuvieron que adaptarse a esta tendencia y lucen hoy más atractivas que hace una década.

Grandes pensadores como el premio Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, sostienen una preocupación más allá de esta vulnerabilidad polí­tica de la mujer.

Las mujeres en polí­tica son más sólidas, más objetivas y más sensatas que sus homólogos hombres, pero pierden todo eso cuando llegan al poder por lo que habrí­a tres sexos: femenino, masculino y el poder.

Esta opinión la comparten también investigadores del Instituto de Estudios de Género como Diana Maffia, quien afirma que»muchas mujeres no quieren ser vistas como representantes del género femenino», como serí­a el caso de Cristina Kirchner.

Esto se refiere a una visión masculina de su liderazgo propia de mujeres que llegan al poder «solamente para cambiar ellas».

En este punto surge la pregunta ¿es más importante la cantidad de mujeres que llega al poder o su habilidad de liderazgo?

En Sudamérica, el polo opuesto a Cristina serí­a Michelle Bachellet, la presidenta de Chile. Es una socialista claramente feminista, a favor de los derechos de las mujeres y la despenalización del aborto, aseguró Barrancos.

«Cristina no es feminista, aboga por los derechos generales y no tiene ninguna orientación positiva en la despenalización del aborto. Pero ambas están situadas en la arena más progresista de la polí­tica» , apuntó.

Bachellet es una de las presidentas que sí­ introdujo con fuerza la idea de paridad de género en su gobierno y sus polí­ticas siguen apuntando a la equidad, como invitar a las empresas a contratar más mujeres o perseguir el acoso sexual y laboral.

Chile ocupa el puesto 110 en acceso de mujeres a cargos importantes, según una clasificación del Foro Económico Mundial.

Ante las elecciones de 2008 en Estados Unidos, Hillary Clinton se perfila como una de las grandes novedades dentro del avance de las mujeres en polí­tica.

La empresa Gallup dijo en un informe que el 70 por ciento de los norteamericanos no se opone a votar por una mujer en 2008 y Hillary Clinton lidera la lista como la primera mujer con oportunidades reales de acceder al sillón presidencial.

En Europa, la canciller (jefa de gobierno) de Alemania, Angela Merkel, muestra que el acceso al poder no significa mayor equidad hacia las féminas.

Dentro de su propio gobierno, la socialdemocrata Merkel no ha incluido a mujeres en el control o puesta en marcha de planes o propuestas de gobierno.

Merkel tiene pendiente en su agenda un aumento de la presencia de las mujeres en cargos públicos. En Alemania, una fémina que persiga una carrera polí­tica necesita renunciar a tener hijos.

Finlandia, al mando de la socialdemócrata Tarja Jalonen, elegida por segunda vez consecutiva, es uno de los paí­ses que más a ha avanzado en la integración de las mujeres en la agenda polí­tica.

La imagen maternal de esta presidenta y prosperidad económica del paí­s la han convertido en una de las mujeres lí­deres mejor valoradas.

En Asia, destaca la presidenta de India, Pratibha Patil, elegida en julio de 2007, quien afirmó que «la emancipación de las mujeres es especialmente importante para mí­».

Patil ha luchado activamente para poner fin a que las mujeres embarazadas aborten cuando saben que tendrán una niña y pidió a las féminas de su paí­s que dejen de cubrirse la cabeza.

Ellen Johnson Sirleaf, en Liberia; Gloria Macapagal Arroyo, en Filipinas; Mary McAleese, en Irlanda; Helen Clark, en Nueva Zelanda, y Luisa Diogo, en Mozambique, forman parte de la lista de mujeres gobernantes.

Todo esto es resultado de un contexto que se ha transformado en los últimos 50 años, incluida la duplicación de la matriculación femenina en las escuelas primarias en paí­ses como Sudáfrica, ífrica subsahariana, Oriente Medio y el Norte de Africa.

La esperanza de vida de las mujeres ha aumentado entre 15 y 20 años en los paí­ses en desarrollo.

Dos tercios de los analfabetos del planeta son mujeres y el 70 por ciento de ellas vive en la pobreza en el mundo.

Según el Banco Mundial, no hay ninguna región del mundo donde hombres y mujeres tengan los mismos derechos sociales, económicos y jurí­dicos.

Estas desigualdades son mayores en Asia meridional, Africa subsahariana, Oriente Medio, el norte de Africa, América Latina y el Caribe.

Todos los paí­ses comparten una desigualdad salarial en aspectos de género. En los paí­ses industrializados una mujer gana 23 por ciento menos que un hombre en el mismo puesto y 27 por ciento menos en los paí­ses en desarrollo.

«Desde el momento que una mujer es presidenta debe afrontar si está peinada o no, si la ropa que se compra es tal o cual marca, y por otra parte, debe sufrir una exposición permanente de su vida privada.»

Dora Barrancos

directora del Instituto de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires