¿Dónde está el amor?


Fernando Mollinedo

Al hablar hoy del amor no me refiero al erotismo, -ni a los «amores» o historias entre hombres y mujeres- sino a la sexualidad multiplicada y difundida por los medios de que el hombre dispone. Desde Adán y Eva hubo erotismo, pero no existió la idealización poética del otro sexo. Nació cuando el poeta cantó al amor.


A veces no resulta fácil entender que el amor y el sexo sean entidades de esencia distinta, de distinto origen; el erotismo ha existido siempre como un movimiento pendular con sus momentos de exaltación y represión contrarios a la idealización del amor.

Sabido es que para Platón, sólo la belleza del alma es verdadera belleza, en cuyo mágico horizonte se perfila el amor como sublimación de la mujer. También hay un «infierno» materialista del amor porque en cierto modo, su «realización» es un bello morir en el acto sexual, el cual estuvo rodeado de un extraño perfume de muerte.

Nuestra existencia no puede gravitar exclusivamente sobre los impulsos sexuales, pues ello supone una animalización progresiva del hombre. De ahí­ que se desplace el punto de gravedad vivencial de lo sexual a lo sensual, del Eros a Epicuro; y esa alucinante carrera tras los goces efí­meros, fí­sicos o materiales.

¿Es el erotismo la manifestación material del amor? No está en consecuencia el amor en las mujeres que nos atraen por el erotismo, pues los hombres se enamoran con frecuencia de aquellas que nos cautivan por su ternura y delicados sentimientos, por la conversación, por su admirable capacidad de adaptación, de captar todo nuestro complejo universo emocional.

¿Cuál será el campo material del amor?: el amor busca la entrega y la vida entre personas, entonces, su campo material especí­fico es la humanidad.

¿Y cuál es la singularización o definición del amor? Difí­cil es dar respuesta a un problema dramático existencial, porque no se puede demostrar como un teorema matemático o como una estrella o un árbol; el amor pertenece a otro orden de valores.

El enamoramiento es un prodigio y como tal, se da y se goza en las épocas cristianas mágicas, mucho más que en los perí­odos lógicos, tecnificados o de energí­a nuclear. Es algo así­ como si el capitalismo y el comunismo se hubieran amado un poquito para que el mundo fuese mejor de lo que es.

¿Dónde está el amor? La perspectiva de la sociedad en que nos ha tocado en suerte vivir no es propicia para amar; guerras y revoluciones, crisis de principios morales y religiosos, inseguridad radical en los pueblos? y los actos que son tácticas y métodos de inmoralidad se convierten en «derecho» con toda la fuerza y la firmeza de las realidades necesarias. Es decir, está en la vida misma.

¿Cómo puede estar el amor en esa corriente de colectivismo y uniformidad que lo invade todo con un sentimiento horizontal, confuso y multitudinario? No resulta fácil hablar de amor, que es el principio de gravitación existencial; conversa, amistad, comunión de almas, del amor nacen todas las pasiones, como dijo el filósofo español Juan Luis Vives: «del odio o amor a la cosa contraria, nace la esperanza, el temor y la tristeza? pues cuando se ama a alguien o a algo que se desea que llegue pronto, se engendra la esperanza, pero si no llega, entonces sobreviene el temor y es cuando nos domina la tristeza».

El amor es entrega generosa, deseo de posesión o de cópula con su amado/a: la persona amante desea participar de las cualidades o virtudes de la persona amada; se hace de alguna manera semejante o afí­n en el plano afectivo. Según algunos teólogos por el amor fuimos creados, nos perfeccionamos y somos felices.

Pero ¿dónde está el amor? Me refiero a sus varias formas de expresión: nupcial, maternal, filial, caritativo y altruista, amistoso; que son y están en la libertad creadora del espí­ritu, porque solo el hombre puede crear ámbitos propicios para el amor. Sin libertad no se ama.

El amor está en volver a colocar el elemento sexual en la estructuras de valores e instituciones, para que no resulte superior a las fuerzas del hombre y domine todas sus motivaciones. El amor está en sentirse cada uno más cerca del otro; el amor está en ese admirable ví­nculo de riesgos y esperanzas que se mantiene vivo en el vuelo de las ilusiones, es la seguridad de sentirse amado, el amor está en ocio fecundo que nos permite saborear un buen libro, y compartirlo con la persona amada.

El amor está en escuchar un buen concierto acompañado de quien se ama, el amor está en contemplar un bonito paisaje y perpetuar ese dichoso momento en una fotografí­a de teléfono celular. El amor está en mantener un diálogo lí­rico con el contorno de la piel que nos acariciamos; El amor está en la necesidad de tener una participación real, activa y natural en la vida de nuestra persona amada. Para muchos, el amor está, en definitiva, en el matrimonio como su expresión más alta.

Para mí­, de manera lí­rica y práctica, el amor está en todas las acciones humanas que tienen como objetivo satisfacer las necesidades espirituales y materiales de la persona amada con quien se vive o de quien se está enamorado/a.

En el campo de la mitologí­a y el Cristianismo, el filósofo Kierkegard, manifestó que «el paganismo tení­a un dios del amor pero no un dios del matrimonio. En cambio, en el Cristianismo hay, por decirlo así­, un Dios del matrimonio, pero no un dios del amor».

Ante los ojos de los padres y madres, todos los actos de amor son sí­mbolo de la ternura que se tiene para sus hijos/as. Cuando existe una separación conyugal, cualesquiera que sean los motivos de la decisión temporal de voluntad -en el espacio libre que hoy vivimos- no se pierde el amor, no se esfuma como el vaho; está allí­ de forma permanente, para ser razonado y en su caso, balancear las opciones de vivir con o sin amor verdadero.