En el año 1887, el historiador británico Lord Acton, en una carta dirigida al obispo Mandell Creighton, historiador del papado, escribió: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamenteâ€. En el actual proceso electoral, Sandra Torres, incierta candidata presidencial del partido oficial, me invita a parodiar el dictum de Lord Acton, de esta manera: “El poder tiende a idiotizar, y el poder absoluto idiotiza absolutamenteâ€.
El poder que ella ha tenido y tiene es el poder de influir irresistiblemente en las decisiones de quien ha sido y es su cónyuge, es decir, el Presidente de la República, ílvaro Colom. Es un influjo tal que el gobierno del presidente Colom ha consistido en complacer, con absurda sumisión o punible servidumbre, la insensata ambición política de ella.
El primer efecto idiotizante que ese poder ha provocado en Sandra Torres es haber creído que repartir gratuitamente, entre pobres presuntos, dinero del tesoro público, o bienes comprados con ese dinero, incitaría al pueblo a reconocer que ella era una maravillosa benefactora de los pobres, o una heroica enemiga de la miseria, o una santa mujer redentora enviada por una piadosa divinidad. No hubo tal reconocimiento.
El segundo efecto idiotizante es haber creído que, precisamente a causa del reparto gratuito de dinero del tesoro público, o de bienes comprados con ese dinero, el pueblo, constituido en una descomunal asamblea cuyo clamor jubiloso estremecería suelo y cielo, tierra y aire, fuego y agua, pediría con impaciencia, reclamaría con urgencia y exigiría con intransigencia, que ella fuera candidata presidencial. No hubo tal petición, reclamación o exigencia.
El tercer efecto idiotizante es haber pretendido ser candidata presidencial y, simultáneamente, cónyuge del Presidente de la República; pero lo prohibía un precepto de la Constitución Política. No pudo ser candidata y cónyuge. El cuarto efecto idiotizante es haberse divorciado para eludir la prohibición. Esa elusión fue un “fraude de leyâ€, es decir, ella intentó, con el divorcio, escapar de la ley que le prohibía ser candidata presidencial. No ha podido escapar. El Tribunal Supremo Electoral y la Corte Suprema de Justicia han impedido el escape. Si la Corte de Constitucionalidad también lo impide, el efecto idiotizante adquirirá una demoledora plenitud, es decir, no podrá ser candidata presidencial.
El quinto efecto idiotizante es haber anunciado que cien mil partidarios de ella se congregarían en el Parque de la Constitución para exigir, con reprimido ímpetu terrorista, que la Corte de Constitucionalidad declare que su candidatura es legal. No hubo tal cuantiosa congregación. Se congregaron quizá no más de cinco mil sobornados, amenazados o engañados ciudadanos, transportados y alimentados por el partido oficial, con recursos del tesoro público.
Si la Corte de Constitucionalidad declara legal la candidatura de Sandra Torres, habrá un sexto efecto idiotizante que el poder ha provocado en ella. Es el efecto que consiste en creer que ganará la elección presidencial, porque el pueblo pobre, como colosal torrente humano, se apresurará a votar por ella. No ganará. Las encuestas, con ruidosa unanimidad estadística, gritan su derrota.
Post scriptum. Sandra Torres ha amenazado con actos criminales violentos si su candidatura presidencial no es declarada legal. Esa amenaza es también un efecto idiotizante del poder; pero del poder que se extingue y que, ya extinguido, será el merecido sepulcro de una insensata ambición política.