Las señoritas de Aviñon o el elogio de la búsqueda


Las señoritas de Aviñón de Pablo Picasso fue la obra que dio inicio al arte moderno.

Rudy Cotton*

Una célebre frase del pintor español Pablo Picasso (1881-1973) fue: «yo no busco; encuentro». Esta frase del genial artista fue descrita y aplicada, muchos años después de su encuentro, con la mayor búsqueda de toda su vida. Cien años después de este extraordinario descubrimiento, ¿cómo pasar desapercibido dentro de las artes visuales tan importante momento? Fue allá en 1907, cuando Picasso con sus 27 años, y después de grandes turbulencias existencialistas, deambulaba a cualquier hora por las calles empinadas del viejo barrio de Montmartre, en Parí­s, en donde finalmente habí­a logrado ubicarse, instalándose meses atrás en el «Bateau Lavoir» (lavadero de barcos), teniendo la gran suerte de transformarlo en su taller artí­stico. Los que le encontraban por esas calles deambulando y hablando solo, rumoraban un inevitable suicidio, pues andaba desamparado, inmerso dentro de un pensamiento, como cuando alguien descubre algo y que piensa que a lo mejor podrí­a conversar a solas con Dios. Además de las situaciones caóticas, y ¡a saber en qué condiciones de subsistencia de la vida diaria le acusarí­an!, pues era una época fuera de contexto y por, sobre todo, nada fácil para los inmigrantes, de aquel momento. De esta manera, a nadie le hubiera impresionado saber que un dí­a le encontrarí­an colgado de su caballete o ahogado por los sumos del ajenjo.


A pesar de esto, y con los agoreros por todos lados, nada de lo anterior sucedió; al contrario, el encierro por la «gran búsqueda» hizo que pocos de sus amigos de aquella época le admiraran y a la vez que los otros lo odiaran.

Conociendo el criterio de Matisse (1869-1954), a nadie le extrañó aquella frase en donde consideraba que la obra «Las señoritas de Aviñón» no era más que «la deshonra de la pintura» y pidió venganza contra su autor, pues no era posible destruir de esa manera todo un bagaje de historia, en una simple imagen burdelesca. Es una obra en total ruptura con el pasado que abrió enteramente una nueva ví­a en el arte del siglo XX.

La obra fue reprobada en su totalidad por sus amigos y coleccionistas: Braque (1882-1963), Matisse y el escritor Guillaume Apollinaire (1880-1918), quien calificó la obra de «burdel filosófico».

El tí­tulo de la obra surge de un recuerdo de juventud de Picasso, de la zona roja en la calle de Aviñón en Barcelona, a dos pasos de donde viví­a el artista. Se trata de la puerta de entrada a una casa de prostitutas, calle del barrio gótico barcelonés.

«Las señoritas de Aviñón» son «una caricatura bárbara de la carne», declaraba el crí­tico conservador Félix Feneon, al escuchar los comentarios sobre la obra.

Con «Las señoritas de Aviñón» se da paso al nacimiento del Cubismo, movimiento artí­stico que deslumbró, abriendo brechas y anunciando todas las posibilidades que resplandecieron después de su descubrimiento. Picasso deshizo la perspectiva del Renacimiento italiano; quebró con los cánones de la idealización como si sus personajes estuvieran entre planchas de cercos, a través de las cuales el ojo quedarí­a fijo en la nada. La paleta de colores es gris; oscila entre el rosa, ocre, azul y blanco.

Picasso elimina todo lo sublime de la tradición rompiendo con el Realismo, los cánones de profundidad espacial y el ideal existente hasta entonces del cuerpo femenino, reducida toda la obra a un conjunto de planos angulares sin fondo ni perspectiva espacial, en el que las formas están marcadas por lí­neas de claroscuros. Dos de los rostros, los de aspecto más geométrico de los cinco, que asemejan máscaras, se deben a la influencia del arte africano, cuyas manifestaciones culturales comenzaron a ser conocidas en Europa por aquellas fechas, mientras los dos rostros centrales son más afines a las caras de los frescos medievales y las primitivas esculturas ibéricas; el rostro de la izquierda presenta un perfil que recuerda las pinturas egipcias.

Como si de repente la tradición de los grandes maestros hubiera sido trastornada sin piedad. Como si los valores viejos y modernos se desvanecieran, y murieran de repente delante de nuestros ojos. Siguiendo el proceso de la obra inicial, Picasso habí­a ubicado en medio de las prostitutas un marinero y un estudiante de medicina llevando consigo un cráneo. Luego, pensando en no caer en demasiado simbolismo moralizador en su composición, decidió formalizar su obra con las cinco quijadas amenazantes que tanto molestaron a sus amigos de la época. La escena tiene lugar en el interior de un prostí­bulo; esto no se deduce mirando simplemente el cuadro, sino por el conocimiento que se tiene de la historia de esta obra desde que Picasso la mostró en privado a un grupo de amigos. Aparecen cinco mujeres desnudas y, en el centro, en la zona de abajo, se muestra un bodegón compuesto por algunas frutas: una raja de sandí­a, un racimo de uvas, una pera y una manzana, todo ello sobre una mesa tapada con un mantel arrugado de color blanco. De las cinco mujeres, hay tres que tienen unas caras especiales, como si en realidad fueran máscaras pintadas sobre el rostro. Se trata de la que está a la derecha agachada, la que está detrás de ella y la que se encuentra a la izquierda. Las dos del centro tienen sus caras más acordes con el resto del cuerpo. La mujer de la izquierda parece que está entrando en la habitación y sujeta un cortinón con su mano izquierda alzada. La figura que está a su lado, otra mujer desnuda, tiene una perspectiva muy especial. A primera vista, parece que está de pie, aunque con una postura forzada. Si el espectador se abstrae en esta sola figura puede ver que Picasso la pintó tumbada y vista desde arriba, con su brazo derecho doblado tras la cabeza y una pierna cruzada sobre la otra. A continuación, la mujer que está en el centro levanta los brazos doblados por detrás de su cabeza. En la esquina de la derecha está la única figura sentada, en una posición anatómicamente imposible, de espaldas al espectador, pero con la cabeza completamente de frente. Tras ella, se encuentra la quinta mujer, de pie, que también parece descorrer una cortina.

La obra fue realizada durante dos perí­odos consecutivos: uno en febrero y el otro en julio, ambos de 1907, luego de una visita del artista al Museo del Hombre en el Trocadero en Parí­s, en donde descubre el arte negro africano. Puede también que esta obra contenga valores impregnados del arte escultórico ibérico de la colección del Louvre, en donde la búsqueda del artista era consecuente, pues en estas obras la caracterí­stica corresponde a ojos grandes y abiertos con grandes y espesas quijadas.

También se puede formular el origen de esta obra en una estadí­a de verano en la aldea de Gosol, en los Pirineos, en donde Picasso solí­a pasar sus vacaciones y que las historias escuchadas por el artista de campesinos trasladada oralmente de padre a hijo haya hecho cierta influencia en su obra. A su regreso en Parí­s, Picasso se ocupa de trasladar las imágenes contadas que muestra los trazos asentados de frentes bajas y de los grandes trazos de rostros cortados en lonjas más los triángulos aplomados que prefiguran a «Las Señoritas de Aviñón».

Tampoco se puede olvidar la influencia de la obra «Las grandes bañistas» (1899- 1906, Museo de Arte, Filadelfia), de Paul Cezanne (1839-1906) como también «El baño turco» (1863, Louvre) de Jean Dominique Ingres (1780-1867), expuesta dos años antes en el salón de Otoño en Parí­s, y en donde Picasso puso el contrapiés.

En «Las Señoritas de Aviñón», Picasso no solamente pasa de un esplendor oriental a un burdel de un barrio gótico, lo cual es todo un programa, sino que sus prostitutas desvestidas llaman a cualquiera con su mirada, sin decir para menos que sus ojos reflejan un negro tan intenso semejante al de la noche etérea, las narices en grandes pedazos triangulares, las grandes rodillas puntiagudas y de sus inmensos pies. Así­ estas angulosas criaturas penetran en nuestro inconsciente, como el ácido en el ojo.

¿Por qué ir tan lejos en la destrucción de la figura humana? Las obras de Picasso de sus admirables perí­odos azul y rosa, describen todo un discurso de aquella época en donde las pálidas bailarinas, mujeres embrazadas, acróbatas hambrientos y viejos locos, todos más o menos gente errante por rutas inciertas que al final no llevarí­an a ninguna parte.

Estos perí­odos predicen ya el cambio que protagonizarí­a este artista en su obra, pero en aquel momento los perí­odos que canalizaron esta descomunal obra dejó mucho que decir entre el público de la época.

¿Cuál serí­a el destino de «Las señoritas de Aviñon»? El poco entusiasmo y las crí­ticas recias en contra del artista; Picasso no tuvo alternativa que enrollar su tela y dejarla en un recóndito lugar de su taller, como normalmente sucede con las grandes obras y con los grandes encuentros de búsqueda, sin preconizar que en ese momento el arte se estaba volcando í­ntegra y totalmente diferente a un mundo libre sin prejuicios y ni mezquindades. «Las señoritas de Aviñón» está realizada sobre lienzo, (242.9 x 233.7 cm) pertenece a la Colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York, en donación desde 1939. Estar frente a tan significativa obra es saber que aún estamos vivos.

Un año después de haber sido creada, surge la denominación de Cubismo, por el crí­tico de arte francés Louis Vaucelles. El Cubismo se manifestó en tres perí­odos importantes: El Cezanne (1907-1909), el Analí­tico (1910-1912) y el Sintético (1913-14), a lo que Picasso un dí­a respondió en una entrevista sobre estos lapsos: «Nada ha de ver conmigo; son otros que le han puesto esos nombres y viven de ello. Yo soy un pintor?, y moriré siendo pintor».

Pablo Ruiz Picasso nació en Málaga, España, el 25 de octubre de 1881, y murió en Mougins, Francia, el 8 de abril de 1973, a la edad de 92 años, dejando para la humanidad, una obra extensa y fecunda, como raras veces la naturaleza ofrece.

* Pintor guatemalteco, nacido en 1959 en San Pedro Sacatepéquez, San Marcos.