Las calles en América Latina:


La calle suele ser un lugar peligroso, en especial para los niños y niñas, quienes encuentran un ambiente hostil y sin preocuparse por sus necesidades.

Por Red ANDI América Latina

La inseguridad, la desconfianza y el miedo caracterizan las relaciones y estilos de convivencia en los tiempos actuales. La población, particularmente urbana, de América Latina vive en permanente alerta y temor. Las ciudades hace tiempo dejaron de ser vistas como espacios de intercambios sociales: ahora se sienten como lugares proclives al caos y a la violencia.


La situación de los niños, niñas y adolescentes en América Latina es particularmente compleja, si se considera que esta es una de las regiones más violentas del mundo. La tasa de homicidios en América Latina y el Caribe registra más del doble del promedio: 22.9 por cien mil habitantes versus el promedio mundial de 10.7, según FLACSO Ecuador.

Según el Estudio del Secretariado General de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra los Niños, elaborado por el experto independiente Paulo Sergio Pinheiro (2006), en América Latina y el Caribe mueren por homicidio entre 100 mil y 120 mil personas al año. El 28% de ellas tiene entre 10 y 19 años.

Brasil, Colombia, El Salvador y Venezuela tienen los í­ndices de homicidios más altos entre hombres de 15 a 24 años. El mismo estudio recoge datos de Casa Alianza, según los cuales en el 2005, en Guatemala fueron asesinadas 334 personas menores de 18 años; en Nicaragua, 95. En Honduras, entre enero 2002 y enero 2006 fueron asesinadas 1 mil 976 personas menores de 23 años.

Datos oficiales de Honduras, El Salvador y Panamá señalan que los porcentajes de faltas cometidas por niñas, niños y adolescentes fluctúan entre el 5 y 10% del total. La mayorí­a son delitos menores, como robos.

La violencia en las calles de América Latina afecta en mayor medida a los niños que a las niñas. Las tasas de violencia de los niños son de tres a seis veces mayores.

La participación en pandillas o maras es otro fenómeno asociado a la violencia. En América Central y México, se calcula que existen aproximadamente 82 mil miembros de maras o pandillas, entre 13 y 29 años. Estas agrupaciones son más numerosas en El Salvador, Guatemala y Honduras, según el informe «Salud de las América 2007» de la OPS.

Mediatización que estigmatiza

El estudio del Secretariado General de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra los Niños subraya la falta de estadí­sticas sobre el número de personas menores de 18 años involucrados en pandillas. Y, asimismo advierte sobre el mal manejo mediático y polí­tico, que conduce a responsabilizar a los jóvenes, sobre todo los pobres, del aumento de la inseguridad y violencia en la región.

En esta dirección, Fernando Carrión afirma que las pandillas son estigmatizadas, entendidas como bandas de criminales, compuestas por jóvenes y pobres violentos, convertidos en «ejército industrial de reserva» del crimen organizado. Ello justifica una polí­tica orientada a su eliminación, y no a su incorporación al trabajo, cultura, ciudad.

Precisamente este enfoque negativo ha justificado medidas represivas adoptadas por los gobiernos centroamericanos que en ocasiones han violentado los derechos humanos. Medidas que, además, no han evidenciado mayores resultados por no atacar las causas estructurales del problema: inequidad, exclusión y falta de oportunidades para los jóvenes y sus familias, entre otras.

Violencias: factores desencadenantes

El estudio Violencia, Crimen y Desarrollo Social en América Latina, menciona, «entre los factores de riesgo para la criminalidad juvenil, el abandono de la escuela secundaria o el bajo rendimiento escolar y el desempleo juvenil (?) la impunidad del sistema; el acceso al consumo de alcohol y drogas, y la disponibilidad de armas de fuego. Otro factor de riesgo para el joven es el aprendizaje de la violencia como medio para resolver conflictos (?)».

Muchos de los jóvenes, tanto ví­ctimas como victimarios, han sido previamente victimizados: sufrieron maltrato, abuso o violencia intrafamiliar en sus hogares; experimentaron situaciones de abandono; no han tenido oportunidades de acceso a la educación y a la cultura; tienen dificultades para incorporarse al mercado laboral en condiciones de igualdad y seguridad.

Prevención y trabajo comunitario vrs. Represión y control

Ante un fenómeno tan complejo, multicausal y multidimensional, el camino «más sencillo» ha sido formular y ejecutar polí­ticas de corte represivo y punitivo; crear escuadrones policiales, instaurar el toque de queda. Pero el control y represión, más que erradicar la violencia, la alimenta.

La respuesta estarí­a más bien en formular polí­ticas basadas en el trabajo con la comunidad, que por un lado impulsen la prevención y por otra la reinserción de los adolescentes y jóvenes; que respeten los lenguajes y estilos de vida diversos.