El voto ciudadano, social y popular


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Según se me ha dicho, entre quienes leyeron mi columna de la semana pasada, más de alguno se ha preguntado qué significado e importancia podrí­a tener la anulación del voto, a quién de los candidatos terminarí­a favoreciendo y a quién o a quiénes perjudicarí­a, y si —a la larga— no supone desperdiciar el voto. De la misma manera, resulta razonable preguntarse a quién favorecerí­a o a quien perjudicarí­a la abstención, así­ como también si hay o no alternativa real para los cambios de fondo que el paí­s necesita.

RICARDO ROSALES ROMíN \ Carlos Gonzáles \
ricardorosalesroman423@gmail.com

 


Como será fácil advertir, lo primero que corresponde responder es si en las actuales condiciones, el voto nulo tiene alguna utilidad, significado e importancia. A mí­, en lo personal, me parece que sí­. Sin embargo, no ignoro ni desconozco que no es así­ como lo ven y piensan quienes cada cuatro años suelen acudir a las urnas y que, de acuerdo con los datos de que se dispone respecto a los votos efectivos o válidos, no son la mayorí­a, ya que lo que ha predominado es la suma de los que se abstienen, los que votan en blanco y los que anulan su voto.

Esto quiere decir que quienes han ocupado la presidencia de la República en las últimas dos décadas y media lo han hecho con el voto de una mayorí­a ficticia y ello es así­ debido a que el sistema de partidos y votaciones vigente no reconoce la validez ni tiene en cuenta a los que no acuden a las urnas, los no empadronados y la decisión de quienes votan en blanco o anulan su voto.

Lo anterior es parte de un problema mayor y que se expresa en lo que han significado para el paí­s las cinco gestiones gubernamentales anteriores incluyendo la actual y la del designado por el Congreso de la República para concluir la de quien fue defenestrado abruptamente a raí­z del autogolpe de Estado que intentó consumar al 25 de mayo de 1993.

En nuestro paí­s, en los 26 últimos años, no es posible hablar ni de transición democrática ni de una real y efectiva alternabilidad gubernamental e, incluso, de democracia representativa. Quienes se han sucedido en el gobierno y los partidos que los han postulado y apoyado en nada se diferencian entre sí­. Son, para decirlo coloquialmente, más de lo mismo. Los agrupamientos en contienda, así­ como proliferan cada cuatro años, de la misma manera desaparecen. A los que los sustituyen les sucede otro tanto igual. Lo común a la mayorí­a es que desaparezcan luego de una gestión errática y fracasada o porque no logran el porcentaje de votos que la ley exige o porque no alcanzan a obtener, al menos, una diputación.

Cerezo Arévalo y la DCG (1986 – 1991), Serrano Elí­as y el MAS (1991 – 1993), Arzú y el PAN (1996 – 2000), Portillo y el FRG (2000 – 2004), Berger y la GANA (2004 – 2008), Colom y la UNE (a partir del 2008 y hasta el dí­a de hoy), así­ como De León Carpio (1993 – 1996), no han hecho sino mantener y prolongar el modelo neoliberal y globalizador y la cada vez mayor dependencia de nuestro paí­s al imperio estadounidense y las transnacionales. En definitiva, han estado al servicio y han tutelado los intereses y privilegios del gran capital, las élites oligárquicas tradicionales y el empresariado patronal organizado.

Ello ha significado para el paí­s la concentración y acaparamiento de la riqueza en un cada vez más reducido puñado de potentados y la acentuación de la pobreza y la pobreza extrema. En tales condiciones y, tal como lo apunta en su más reciente comentario el analista mexicano, Ví­ctor Flores Olea, resulta “imposible la democracia… y no sólo la democracia electoral, sino la de la democracia como igualdad, como participación amplia de la ciudadaní­a de los beneficios que produce la sociedad en su totalidad”.

Según se puede prever, a partir del 14 de enero entrante, nada va a cambiar en el paí­s. Lo más probable es que tenderá a empeorar. Las candidaturas propuestas y los agrupamientos que están detrás de ellas, en nada mejorarán la situación a la que irresponsablemente se ha orillado al paí­s pues ni siquiera están en condiciones y capacidad de paliar la crisis económica y social, institucional y gubernamental.

En una situación así­ y en tales condiciones, si el ciudadano opta por la abstención, dejará a los demás que decidan por él. Lo mismo sucederá si se decide por dejar la boleta en blanco. Cosa muy distinta es si su decisión es anular el voto, pues es la forma más avanzada y consciente de rechazar al sistema polí­tico, económico y social en su conjunto. Es, además, la forma de expresarse, en particular, contra el corrupto sistema de partidos y votaciones.

Es en ello en lo que radica el significado e importancia del voto nulo. Hay que tener en cuenta, además, que como es probable que no haya una segunda vuelta y que no hay margen para el “voto útil”, resulta imposible confiar la responsabilidad de gobernar a nuestro paí­s a cualquiera de las candidaturas propuestas y los partidos que los postulan, por lo que son y representan. http://ricardorosalesroman.blogspot.com/