Si Dios es bueno y se porta bien, como lo suele hacer, muy pronto estaremos organizando en un centro de estudios religiosos un congreso que se centrará en el desafío de las nuevas tecnologías en la sociedad y, quizá más que en la sociedad, el reto que representa para la Iglesia Católica misma.
La reunión tiene visos de ser interesante, se invitará a una profesional uruguaya experta en tecnología de medios y usos cibernéticos en el mundo planetario. Proporcionará datos y fotografiará el momento que vive la humanidad a causa de esos adelantos ultra revolucionarios. Como se trata de un centro de cariz religioso también se reflexionará sobre cómo pueden ellos como religiosos aprovechar los adelantos actuales para su misión evangelizadora.
Tengo la impresión de que la Iglesia Católica se duerme en sus laureles y aún no tienen idea de cómo incursionar en el mundo de Internet. Hay intentos, claro que los hay, pero son muy tímidos. La verdad es que no le hacen honor a su larga tradición vanguardista (al menos así parece dictar la Historia de la Iglesia), cuando se habla de cómo aprovecharon la literatura, el teatro, la música y el arte en general para llevar la palabra de Dios a la gente.
El otro día miré a Benedicto XVI con un iPad y se miraba el pobre como un hombre prehistórico frente al fuego: maravillado, turbado, inquieto, nervioso y sin poder entender completamente el milagro luminoso. Más versado parecía el Obispo que intentaba hacer comprender a Su Santidad cómo se manejaba el aparato de Steve Jobs, pero incluso él parecía un amateur en esa materia.
La Iglesia lo intenta, pero no sabe cómo. Parecen más interesados en la celebración de la liturgia y el estudio de las Sagradas Escrituras en libros polvorientos y apolillados, que en echarse al agua para sacar ventaja de los adelantos. En los seminarios, por ejemplo, continúan prohibiendo la Internet o permitiendo la navegación con velocidades de tortuga y tiempo limitado. Hay incluso jóvenes que todavía entregan los trabajos escritos a mano, como en tiempos de San Agustín, según la vieja escolástica medieval, como copistas antiguos, muy pasados de moda.
Es cierto que algunos hacen sus pinitos (creo que así es la expresión) abriendo páginas en Facebook y Twitter, pero aun eso es, me parece, penalizado. Otros más entusiastas han aprendido a bajar libros y a consultar periódicos en línea, abren blogs y se interesan por el milagro del siglo XXI, pero, honestamente, la mayoría vive todavía como vivía Pablo VI después del Concilio Vaticano II.
Por supuesto no todo es miel sobre hojuelas, en Internet también hay mucha pornografía y bastante información basura, pero eso no debe limitar a los futuros pastores para aprender a usar los medios para sus propios fines. Tengo la expectativa que el Congreso en ese centro de estudios tenga efectos positivos y que la próxima decisión financiera sea comprar más computadoras, actualizar las viejas y permitir la navegación a esos muchachos ansiosos por entrar a la nueva era de la información.