Dí­game en secreto, señor Presidente, ¿es usted alcohólico?


Desde antes, mucho antes, que dieran inicio los  primeros estertores en la palestra polí­tica, del ingeniero Colom hubo varias personas que asentaron en punto de acta –frente a un medio escrito–  la marcada afición a la bebida del mencionado aprendiz a estadista. Desde aquellos dorados tiempos –donde acumuló varios importes sin cancelar– en locales de ocio de la zona uno, allá por el Portal del Comercio.

Rosana Montoya / A-1 397908
rosana.montoya@yahoo.com

 


¡Irresistible seducción a la bebida! decí­an los dueños y meseros,  cuando era simplemente el sobrino de un destacado funcionario público, con ascendente carrera polí­tica, el tí­o no el sobrino.  En las constantes tertulias en las que participó el eterno muchacho universitario, hoy Presidente Constitucional de la República de Guatemala, en cualquier antro, fue de todos conocida su afición  incontrolable al cascabeleo de los hielos,  aprisionados dentro de los vasos de herradura, donde apresuraba el trago de licoreras nacionales. A través de su pronunciado gaznate que, invariablemente, siempre se encontraba en estado de sequí­a, hací­a que escurrieran chorros de saliva, tan solo con poner un pie dentro de la taberna.  De estos tiempos peores, que fueron casi toda su vida, vinieron tiempos mejores, donde su garganta se inició en la degustación de caldos añejos extranjeros servidos en finos cristales de Murano de fabricación italiana o yugoslava.  Descubrimiento realizado a través del brazo de principales potentados –donde fue invitado de honor–  en  fastuosas residencias. Donde estos nuevos anfitriones, al calor de las bebidas le platicaron, en voz baja, la posibilidad de desembarazarse de futuros pagos a la SAT, en el remoto caso que llegara a la Primera Magistratura, como a la postre sucedió. Con esto no quiero insinuar que fue la iniciativa privada quien enseñó al ingeniero Colom a empinar las botellas de whisky, ¡ni más faltaba! El gusanillo del alcohol ya habitaba en él, muchí­simo tiempo atrás. Lo que aprendió en la alta sociedad  fue la factibilidad  de emborracharse “gratis” hablando babosadas, al mismo tiempo que hipotecaba el giro de la nación a cambio  de cheques al portador.  Poco le duró el contento de ser aceptado en las mesas de mármol de Carrara, y beber en exquisitos cristales de roca, porque en sus sueños en ascensión, pensó que la Luna era de queso y soñó emparentar con aquellas riquezas, pero la realidad distaba mucho y hubo de consolarse con la Dulcinea, que planchaba sus paños desgastados  y que por supuesto nunca fue incluida en ninguna reunión significativa, de ahí­ la saña de esta dama, al verse y sentirse desdeñada.  Esa fue la causa principal de todos sus complejos, hasta llegar a donde hoy se encuentra, con la vesí­cula colapsada y los sueños soterrados.  Y… es que no siempre los cuentos de hadas se hacen realidad, máxime en este particular relato, donde ninguno de los dos protagonistas llenan los requisitos para dar paso al leitmotiv de cuentos y telenovelas donde el muchacho guapo y millonario descendiente de la realeza se enamora de la Cenicienta joven y bella.  Hoy las declaraciones erráticas del señor Presidente son más frecuentes.  Me inclino a creer que se debe a la falta que ejerce su compañera, desde que lo abandonó por perseguir sus particulares sueños de grandeza.  Desde ese entonces, los corredores palaciegos se llenaron de alucinaciones, donde al presunto prí­ncipe se le aparece la Siguanaba por todos los rincones, y al quererla abrazar se esfuma la siniestra imagen, volviendo a lloriquear su profunda soledad. Para mí­, que esa es la razón por la cual aumentó la ingesta habitual de caldos extranjeros, acrecentando el  yermo acostumbrado.