LA GENEALOGíA


El dí­a de hoy hablaremos de la genealogí­a, pero antes, que la paz espiritual esté con ustedes, hermanos. Bien; como dijimos, la genealogí­a de la humanidad viene del árbol genealógico de la vida; en otras palabras más claras y simplificadas, es la raí­z de donde ha nacido y se ha multiplicado la Humanidad, o sea los seres vivientes sobre la tierra, de generación en generación.

Jesús Alvizures-transcriptor

 


También todos los géneros creados por Dios tienen su origen, pero el principal es el del hombre y la mujer, concebidos en los albores de la creación del mundo, dí­cese naciente, en el paraí­so, lugar sagrado donde dio inicio el soplo de vida del humano.
 
La genealogí­a son los seres que se han venido sucediendo, en familias identificadas por sus apellidos, los cuales en el hombre siguen cobrando vida; en la mujer desaparece, porque el apellido del varón es el primero que llevan los hijos cuando son reconocidos, y el segundo es el de la madre. En la mujer, al casarse o unirse pasa a segundo plano y se interrumpe la genealogí­a de su descendencia. He aquí­ la consecuencia de que en los hogares que se forman hay el deseo de procrear hombre como opción primera y después la mujercita, porque las dos criaturas son bellas y cariñosas, traen cada una su gracia, soplo de vida del Espí­ritu Santo que cubre el cuerpo que al morir desaparece.
 
Dios es el Arquitecto perfecto que dio vida a la genealogí­a que nos ha antecedido y que es un proceso de eslabones que la vida y la muerte entrelazan, peldaños que se van sucediendo en el amplio ramal de la existencia que Dios con su poder ha gestado (creado).
 
Los elementos que en el tiempo se presentan tienen un fin, sacar al hombre o mujer de su desdichada vida, pues con el Amor de Jesucristo alcanzarán muchas bonanzas en esta tierra de sombras y de luz, según sea nuestra manera de actuar, porque si somos autores altamente dotados de conocimientos, no nos enredaremos en los falsos y pasajeros placeres que este mundo de pecado, de vida y muerte nos presenta.
 
El ser humano no debe de caer en las trampas que el enemigo pone, ignorémosle y con el amor de Jesucristo dolorido en su corazón, saltemos esa barrera y encontremos la felicidad en los amplios jardines que en el poder de Dios hay, y que Jesucristo tomando nuestra voluntad nos llevará a ellos.
 
No es solo sembrar y recoger la cosecha, hay que cuidarla para poder recoger los frutos y ver que florezcan en la fe y entonces veremos expandirse la creencia, fuerza que abrirá el corazón de aquellos que se habí­an perdido, y llenos de fuerza volverán al lugar de origen de donde tomaron forma y vida.
 
Estas prédicas que aquí­ se sucederán o que aquí­ se darán buscan un fin, llegar al maltratado corazón de los seres que han perdido el camino y que ahora volverán a él con el poder de los Espí­ritus, corte celestial de Dios.
 
Y no es como dicen algunos pastores o ministros de Jesucristo, que ellos no tienen el deber de pastorear a sus ovejas, que ellos les dan en un sermón el sustento y si quieren que lo tomen o lo dejen; ese no es el concepto de un siervo de Dios, porque ellos buscan esquilmar, amamantarse de esa OVEJA que no quieren cuidar aun lo necesite. ¿Qué respuestas son estas, carentes de que se geste la conversión? No, así­ no llegaremos a ningún lado: se ahuyenta lo que se debe de tener en pastos de verano e invierno y que fluya el agua viva del conocimiento. Se opaca el sol, se detienen los vientos y el humano también se detiene a meditar sobre los aconteceres de la vida, que muchas y repetidas veces nos da alegrí­as y amarguras.
 
 
Busquemos, pues, la unión, y solo alegrí­as recibiremos en el regazo de Dios.