Sobre las tablas El teatro guatemalteco


Vista frontal del Centro Cultural Miguel íngel Asturias.

Como ya se indicó en un artí­culo anterior, el teatro guatemalteco es una de las artes que menos desarrollo ha tenido, debido a que no se ha renovado. Actualmente, hay grupos que buscan nivelarlo según las tendencias mundiales, pero éste aún es un proceso que va en camino.


La mayorí­a de obras que se representan actualmente, como se sabe, se basan en la entretención del público; sin embargo, ofrecen poca complejidad teatral (escenarios complicados, enorme movimiento actoral, diálogos interesantes).

Uno de los problemas consiste en que se ha anulado toda tradición de teatro guatemalteco; es decir, se desconocen las obras básicas de las tablas guatemaltecas, escritas por compatriotas, por lo que en este espacio se ofrece una lista de ellas.

En primer lugar, no hay que olvidar al llamado «Padre del teatro guatemalteco», Manuel Galich, quien creó las delicias costumbristas sobre el escenario. Obras como «Entre cuatro paredes» o «Mi’jo Bachiller», son fundamentales para comprendernos como sociedad.

Galich también tuvo su vertiente más universal, con obras como «El tren amarillo» (crí­tica a la United Fruit Company) o «El pescado indigesto» (drama que sigue técnicas de Bertold Brecht).

Por su parte, nuestro Nóbel, Miguel íngel Asturias, también escribió dramas de enorme calidad. Para resaltar están «Soluna», que difí­cilmente se ha puesto en escena, debido a la enorme complejidad que posee, y otras más vanguardistas, como «Amores sin cabeza», que ha sido clasificada como parte del teatro absurdo latinoamericano.

Otro dramaturgo importante es Carlos Solórzano, que ha realizado toda su carrera en México. Obras suyas, como «Las manos de Dios» o «La Sinventura», han sido representadas y elogiadas incluso en tablas de Europa.

Y, aparte del ya mencionado anteriormente Manuel José Arce, Hugo Carrillo también contribuyó a renovar el teatro en la década de los setenta y ochenta. Obras suyas como «La calle del sexo verde», «El corazón del espantapájaros» y «La Chalana», deberí­an ser obligatorias como parte del currí­culum de educación secundaria.